martes, 23 de septiembre de 2014

Santa Mónica

La vida de la gloriosa Santa Mónica, madre de San Agustín, luz y doctor de la Iglesia católica, sacada de las obras del mismo padre San Agustín, es en esta manera.
Fue Santa Mónica de nación africana, hija de padres honrados y cristianos, que la criaron en toda honestidad y virtud; y ella, que de suyo era bien inclinada, se da a la devoción. Siendo niña, se entraba muchas veces en la iglesia, y puesta en un rincón se estaba orando con sosiego y quietud. Se levantaba de noche a rezar las oraciones que su madre Facunda la enseñaba. Era amiga de hacer limosna, y de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres; y cuanto más crecía en estado, tanto más crecía en deseo de toda virtud. Cuando sus padres la mandaban que se ataviase, lo hacía por obedecerlos, aunque de mala gana; porque era enemiga de galas y de vanidad. Deseó perseverar en virginidad; pero condescendió con la voluntad de sus padres, que la casaron con un varón llamado Patricio; queriendo nuestro Señor que de tan buen árbol saliese para bien del mundo un fruto tan precioso y suave como fue su hijo San Agustín. Era Patricio hombre noble, más gentil. Tuvo mucho que sufrir con él Santa Mónica; porque ella era muy grande cristiana, y sentía mucho que su marido no lo fuese. Ella era blanda y apacible, y su marido desabrido y mal acondicionado; pero pudo tanto la bienaventurada Santa con sus oraciones y lagrimas delante del Señor, y con su sufrimiento, paciencia y obediencia para con su marido, que le rindió y sujetó a Cristo nuestro Redentor y le hizo cristiano, y se conformó después tanto con la voluntad de su mujer, que en todo procuraba darle gusto y contento, como quien entendía la Santidad de ella y la merced que Dios por su medio le había hecho. La manera que Santa Mónica tuvo para ganar a su marido, dice San Agustín, que fue servirle como a señor; hablarle más con sus costumbres que con sus palabras; sufrir los agravios que le decía ; nunca enojarse con él, ni decirle mala palabra; hacer continua oración al Señor, y suplicarle que le hiciese cristiano, y con la fe casto; cuando su marido estaba enojado y con la cólera como fuera de sí, no resistirle con hecho ni con palabra, sino callar, y a su tiempo, estando ya más sosegado, darle con modestia y humildad razón de sí. Nunca quejarse con las otras mujeres del maltratamiento de su marido, ni hablar mal de él, como suelen hacer las que tienen menos sufrimiento y prudencia. Y añade el mismo San Agustín, que quejándose las otras casadas y vecinas a Santa Mónica del maltratamiento que les hacían sus maridos, y mostrando los cardenales y señales de los golpes que les daban, y maravillándose que siendo Patricio tan colérico y áspero de condición , no se supiese que jamás hubiese puesto las manos en su mujer, ni entre ellos hubiese habido un día de discordia ni una mala palabra, preguntando a Santa Mónica cual fuese la causa de esto, ella les respondía lo que hacía con su marido, y la forma que guardaba con él para tenerle sabroso y contento, y les aconsejaba que ellas la guardasen con los suyos, y que se acordasen que desde el punto en que habían tomado marido y se habían sujetado a él, le habían tomado por su cabeza y señor, y como a tal le debían obedecer y respetar, pues esto es ser casada, y con el sufrimiento y buen término ablandar al marido duro, y con la buena condición, sujeción y modestia en hablar con él, hacerle bien acondicionado; porque no tiene menos culpa la mujer que habla mal de su marido, que el marido que da ocasión con su mala vida para que la mujer hable mal de él. Las casadas que tomaban el consejo que la Santa les daba, sentían su provecho y se holgaban; las que no le tomaban, sentían su trabajo y le lloraban. Todo esto dice de su madre San Agustín.
Dice más: que también supo ganar a su suegra: la cual estando al principio poco gustosa con su nuera por los chismes de las criadas que sembraban cizaña , como suelen, entre las dos; Santa Mónica con su humildad, paciencia y mansedumbre, y perseverancia, de tal manera la ganó, que la misma suegra hizo castigara las criadas chismosas que la inquietaban ; y amenazó y avisó a todas las de su casa, que lo mismo haría con las demás que murmuras contra su nuera, y le viniesen a decir mal de ella; y con esto se apaciguó la casa y vivieron todos en concierto y quietud. De esta manera fue Santa Mónica ejemplo y dechado de casadas en el matrimonio.
Tuvo de su marido Patricio a San Agustín, al cual crió con gran cuidado y diligencia, pariéndole tantas veces con dolor de sus entrañas, cuantas le veía apartarse de la ley de Dios. Porque siendo mozo se enredó en vicios y liviandades, y creyó en los herejes maniqueos antes de ser bautizado, y la Santa madre derramaba ríos de lagrimas por su hijo, y clamaba de día y de noche sin cesar al Señor, suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y torpezas en que estaba Agustín sazonado y maduro para recibir la Santa doctrina) no lo quisiese hacer, y ella le hiciese mayor instancia y le importunase con ruegos y copiosas lagrimas que lo hiciese, el buen obispo como cantado le dijo: Por vida vuestra, hermosísimo y resplandeciente, que con rostro alegre y risueño le preguntaba la causa de su dolor; y como ella lo respondiese que era la perdición de su hijo, le dijo que no tuviese pena, sino que mirase y advirtiese bien, que donde estaba ella estaba también su hijo; y así mirándolo con atención vio que su hijo estaba en la misma regla en que estaba ella; y entendió que el Señor con aquella demostración le daba a entender que su hijo vendría a creer lo que ella creía, y a recibir la fe en que ella estaba. Le vinieron ganas a San Agustín de dejar a Cartago, donde leía retórica, y pasar a Roma para valer más. Procuró la Santa madre estorbárselo con todos los medios que pudo; y en fin él la engañó y se fue a Roma, donde tuvo una grave y peligrosa enfermedad, de la cual nuestro Señor le libró por las oraciones do su buena madre, para que no quedase atravesada perpetuamente de dolor viendo a su hijo muerto sin bautismo y en desgracia de nuestro Señor, como lo dice el mismo San Agustín por estas palabras: « Con mayor solicitud me paria mi madre en espíritu, que me había parido en la carne: y no veo cómo se pudiera curar la llaga que le hiciera al verme morir de aquella manera, y de qué provecho hubieran sido aquellas oraciones tan continuas y tan fervorosas, que ella por mí a vos, Señor, hacia. ¿Pudieras vos, que sois Dios de las misericordias, despreciar el corazón contrito y humilde de una viuda casta y sobria, que hacia tantas limosnas y servía con tanto cuidado a vuestros siervos, y cada día os ofrecía ofrenda en vuestro altar; y la mañana y la tarde infaliblemente venia a la iglesia, no para charlar, sino para oír vuestra palabra, y para ser oída de vos en sus oraciones? ¿Vos habías de desechar las lágrimas de la que no os pedía oro y plata, u otra cosa frágil y caduca, sino la salvación del alma de su hijo? Esto es de San Agustín.

Pero no se contentó Santa Mónica con las opciones y penitencias que continuamente hacia por su hijo, sino que se determinó de venir a buscarle a Italia, y pasó el mar con grande confianza y seguridad, animando a los otros pasajeros y marineros, que estaban atemorizados por la tormenta que les sobrevino, y halló a su hijo en Milán, adonde había sido enviado de Roma para enseñar la retórica; y con la comunicación y sermones de San Ambrosio estaba más blando y no tan pertinaz como solía. Aquí en Milán tuvo mucha familiaridad con el Santo, que a la sazón era obispo de ella; y le amaba y respetaba como a un ángel del cielo, así por sus admirables virtudes, como porque esperaba que por su medio su hijo se había de convertir y salir de aquel abismo de errores en que estaba, como después sucedió. San Ambrosio estimaba y alababa a Santa Mónica, como a tan gran sierva del Señor, y quería bien a San Agustín , no tanto por su gran ingenio, como por ser hijo de tal madre , la cual vivía de oración , y era la primera que entraba en el templo y la postrera que salía de él, y la mas fervorosa en las vigilias que en aquel tiempo se hacían en Milán con gran devoción de los católicos, contra la violencia y furor de Justina, madre del emperador Valentiniano el Mozo.
Esta emperatriz era hereje arriana, y por favorecer y establecer su mala secta, perseguía a San Ambrosio, que se le oponía, y a los otros católicos que le contradecían; mas San Ambrosio, por animar a su pueblo y alegrarle con alguna consolación y alivio espiritual, para que no desmayasen por la fuerza y violencia de la persecución de la emperatriz, que era terrible, instituyó que se cantasen los himnos y salmos, como se usaba en la Iglesia oriental, y después siguieron esta misma costumbre las otras Iglesias; de suerte que no tiene fundamento lo que algunos escriben, que San Ambrosio, por aviso de Santa Mónica, quitó las vigilias eclesiásticas, porque se usaba mal de ellas; porque antes en su tiempo se frecuentaron y celebraron con mayor fervor por la ocasión que habemos dicho, como se saca del mismo San Ambrosio y de San Agustín, y doctamente lo notó el cardenal Baronio. Finalmente, con el trato y familiaridad que tuvo Agustino con San Ambrosio, se convirtió y bautizo en Milán a los treinta y cuatro años de edad , y fue después tan gran Santo y uno de los más firmes pilares de la Iglesia católica, haciéndole Dios nuestro Señor a él, y a nosotros en él, tan gran merced por las oraciones y lagrimas de su bendita madre Santa Mónica; y por esta causa celebra la Santa Iglesia la conversión de San Agustín a los 5 de mayo, en el cual día se bautizo; y no hace esto por la conversión de ningún otro Santo, sino por la de San Pablo.
Volviendo, pues, Santa Mónica muy consolada y alegre con su hijo San Agustín para África, y habiendo llegado a la ciudad de Ostia, que esta como cuatro leguas de Roma, aguardando embarcación y tiempo para navegar, fue nuestro Señor servido que muriese allí. Había estado poco antes con su mismo hijo San Agustín, hablando a solas dulcísima y altísimamente del menosprecio de todas las cosas visibles, del amor y deseo de las celestiales y eternas, y dichole que ya no tenía para qué vivir, pues Dios nuestro Señor le había cumplido su deseo de verle cristiano y siervo suyo, y que allí moriría, y que enterrasen su cuerpo donde quisiesen: pues para Dios nuestro Señor ninguna cosa esta lejos, y que en cualquiera lugar que estuviese conocería su cuerpo y le podría resucitar; que una sola cosa les rogaba, que dijesen misas por ella y se acordasen de su alma en el altar del Señor; y a los nueve días de su enfermedad pasó la bienaventurada Santa Mónica a la vida perdurable, siendo de cincuenta y seis años. Quedó el Santo hijo lastimado por la pérdida de tan Santa madre, y enterró su cuerpo en la iglesia de Santa Aurea, en la misma ciudad de Ostia: de la cual, en el año trece del pontificado del papa Martino V, fue trasladado a Roma y colocado en la iglesia de San Agustín, a los 9 de abril.


De su madre, dice San Agustín, que fue sierva de los siervos de Dios, y que cualquiera de ellos que la conocía y trataba, se movía a alabar, honrar y amar mucho al Señor, porque conocía que moraba en el corazón de ella, como lo testificaban las buenas obras, y el fruto de su Santa conversión; y que había sido mujer de un solo marido, y pagado a sus padres lo que les debía por haberla engendrado ; gobernado su casa con gran piedad, ejercitándose continuamente en nobles obras; criado sus hijos en el temor de Dios, pariéndolos tantas veces cuantas ellos se apartaban del camino de la virtud, y tenía tan gran cuidado de todos los que iban en su compañía, como si fuera madre de todos; y así los servía como si fuera hija de cada uno. Dice mas San Agustín: que era muy pacifica y muy amiga de hacer amistades entre las personas que se tenían mala voluntad, y que le había nuestro Señor dado singular gracia para ello; porque oyendo muchas veces de la una parte y de la otra quejas y palabras de amargura, sentimiento e injuria (como comúnmente suele decirse, cuando el corazón está ciego y turbado con la pasión de la ira u odio), nunca refería cosa que hubiese oído de los unos a los otros, sino solamente lo que podía amansarlos y desenojarlos, y aprovechar para la paz y concordia que ella pretendía, procurando en todo unir los corazones desunidos y quitarles la amargura del odio con la dulzura de la Santa caridad: muy diferente de lo que hacen algunos, que no solamente refieren el mal que oyen a las personas de quienes se dice, antes le acrecientan y añaden lo que no oyeron, como lo dice y llora San Agustín: el cual con extenderse en estas y otras alabanzas de su piadosa madre, es cosa maravillosa ver con cuan dulce y tierno afecto suplica a nuestro Señor que le perdone las culpas que cometió; y a todos los siervos de Dios que leyeren lo que él escribe, que se acuerden de ella cuando estuvieren en el altar del Señor; porque, dice, aunque ella fue vivificada en Cristo, y vivido tan Santamente, no por eso se atrevía a decir que después que fue lavada con el agua del bautismo no había salido palabra de su boca contra los mandamientos de Dios: y que sin su misericordia no hay vida de hombre tan noble que no tenga mucho que temer. Celebra la Iglesia católica la fiesta de Santa Mónica el día de su muerte, que fue el 4 de mayo del año del Señor de 389.

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