La vida de la gloriosa
Santa Mónica, madre de San Agustín, luz y doctor de la Iglesia católica, sacada
de las obras del mismo padre San Agustín, es en esta manera.
Fue Santa Mónica de
nación africana, hija de padres honrados y cristianos, que la criaron en toda
honestidad y virtud; y ella, que de suyo era bien inclinada, se da a la
devoción. Siendo niña, se entraba muchas veces en la iglesia, y puesta en un
rincón se estaba orando con sosiego y quietud. Se levantaba de noche a rezar
las oraciones que su madre Facunda la enseñaba. Era amiga de hacer limosna, y
de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres; y cuanto más crecía en
estado, tanto más crecía en deseo de toda virtud. Cuando sus padres la mandaban
que se ataviase, lo hacía por obedecerlos, aunque de mala gana; porque era
enemiga de galas y de vanidad. Deseó perseverar en virginidad; pero
condescendió con la voluntad de sus padres, que la casaron con un varón llamado
Patricio; queriendo nuestro Señor que de tan buen árbol saliese para bien del
mundo un fruto tan precioso y suave como fue su hijo San Agustín. Era Patricio
hombre noble, más gentil. Tuvo mucho que sufrir con él Santa Mónica; porque
ella era muy grande cristiana, y sentía mucho que su marido no lo fuese. Ella
era blanda y apacible, y su marido desabrido y mal acondicionado; pero pudo
tanto la bienaventurada Santa con sus oraciones y lagrimas delante del Señor, y
con su sufrimiento, paciencia y obediencia para con su marido, que le rindió y
sujetó a Cristo nuestro Redentor y le hizo cristiano, y se conformó después
tanto con la voluntad de su mujer, que en todo procuraba darle gusto y
contento, como quien entendía la Santidad de ella y la merced que Dios por su
medio le había hecho. La manera que Santa Mónica tuvo para ganar a su marido,
dice San Agustín, que fue servirle como a señor; hablarle más con sus
costumbres que con sus palabras; sufrir los agravios que le decía ; nunca
enojarse con él, ni decirle mala palabra; hacer continua oración al Señor, y
suplicarle que le hiciese cristiano, y con la fe casto; cuando su marido estaba
enojado y con la cólera como fuera de sí, no resistirle con hecho ni con
palabra, sino callar, y a su tiempo, estando ya más sosegado, darle con
modestia y humildad razón de sí. Nunca quejarse con las otras mujeres del
maltratamiento de su marido, ni hablar mal de él, como suelen hacer las que
tienen menos sufrimiento y prudencia. Y añade el mismo San Agustín, que quejándose
las otras casadas y vecinas a Santa Mónica del maltratamiento que les hacían
sus maridos, y mostrando los cardenales y señales de los golpes que les daban,
y maravillándose que siendo Patricio tan colérico y áspero de condición , no se
supiese que jamás hubiese puesto las manos en su mujer, ni entre ellos hubiese
habido un día de discordia ni una mala palabra, preguntando a Santa Mónica cual
fuese la causa de esto, ella les respondía lo que hacía con su marido, y la
forma que guardaba con él para tenerle sabroso y contento, y les aconsejaba que
ellas la guardasen con los suyos, y que se acordasen que desde el punto en que
habían tomado marido y se habían sujetado a él, le habían tomado por su cabeza
y señor, y como a tal le debían obedecer y respetar, pues esto es ser casada, y
con el sufrimiento y buen término ablandar al marido duro, y con la buena
condición, sujeción y modestia en hablar con él, hacerle bien acondicionado;
porque no tiene menos culpa la mujer que habla mal de su marido, que el marido
que da ocasión con su mala vida para que la mujer hable mal de él. Las casadas
que tomaban el consejo que la Santa les daba, sentían su provecho y se
holgaban; las que no le tomaban, sentían su trabajo y le lloraban. Todo esto
dice de su madre San Agustín.
Dice más: que también
supo ganar a su suegra: la cual estando al principio poco gustosa con su nuera
por los chismes de las criadas que sembraban cizaña , como suelen, entre las
dos; Santa Mónica con su humildad, paciencia y mansedumbre, y perseverancia, de
tal manera la ganó, que la misma suegra hizo castigara las criadas chismosas
que la inquietaban ; y amenazó y avisó a todas las de su casa, que lo mismo
haría con las demás que murmuras contra su nuera, y le viniesen a decir mal de
ella; y con esto se apaciguó la casa y vivieron todos en concierto y quietud.
De esta manera fue Santa Mónica ejemplo y dechado de casadas en el matrimonio.
Tuvo de su marido
Patricio a San Agustín, al cual crió con gran cuidado y diligencia, pariéndole
tantas veces con dolor de sus entrañas, cuantas le veía apartarse de la ley de
Dios. Porque siendo mozo se enredó en vicios y liviandades, y creyó en los
herejes maniqueos antes de ser bautizado, y la Santa madre derramaba ríos de
lagrimas por su hijo, y clamaba de día y de noche sin cesar al Señor,
suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y torpezas en que
estaba Agustín sazonado y maduro para recibir la Santa doctrina) no lo quisiese
hacer, y ella le hiciese mayor instancia y le importunase con ruegos y copiosas
lagrimas que lo hiciese, el buen obispo como cantado le dijo: Por vida vuestra,
hermosísimo y resplandeciente, que con rostro alegre y risueño le preguntaba la
causa de su dolor; y como ella lo respondiese que era la perdición de su hijo,
le dijo que no tuviese pena, sino que mirase y advirtiese bien, que donde
estaba ella estaba también su hijo; y así mirándolo con atención vio que su
hijo estaba en la misma regla en que estaba ella; y entendió que el Señor con
aquella demostración le daba a entender que su hijo vendría a creer lo que ella
creía, y a recibir la fe en que ella estaba. Le vinieron ganas a San Agustín de
dejar a Cartago, donde leía retórica, y pasar a Roma para valer más. Procuró la
Santa madre estorbárselo con todos los medios que pudo; y en fin él la engañó y
se fue a Roma, donde tuvo una grave y peligrosa enfermedad, de la cual nuestro
Señor le libró por las oraciones do su buena madre, para que no quedase
atravesada perpetuamente de dolor viendo a su hijo muerto sin bautismo y en desgracia
de nuestro Señor, como lo dice el mismo San Agustín por estas palabras: « Con
mayor solicitud me paria mi madre en espíritu, que me había parido en la carne:
y no veo cómo se pudiera curar la llaga que le hiciera al verme morir de
aquella manera, y de qué provecho hubieran sido aquellas oraciones tan
continuas y tan fervorosas, que ella por mí a vos, Señor, hacia. ¿Pudieras vos,
que sois Dios de las misericordias, despreciar el corazón contrito y humilde de
una viuda casta y sobria, que hacia tantas limosnas y servía con tanto cuidado
a vuestros siervos, y cada día os ofrecía ofrenda en vuestro altar; y la mañana
y la tarde infaliblemente venia a la iglesia, no para charlar, sino para oír
vuestra palabra, y para ser oída de vos en sus oraciones? ¿Vos habías de
desechar las lágrimas de la que no os pedía oro y plata, u otra cosa frágil y
caduca, sino la salvación del alma de su hijo? Esto es de San Agustín.
Pero no se contentó
Santa Mónica con las opciones y penitencias que continuamente hacia por su hijo,
sino que se determinó de venir a buscarle a Italia, y pasó el mar con grande
confianza y seguridad, animando a los otros pasajeros y marineros, que estaban
atemorizados por la tormenta que les sobrevino, y halló a su hijo en Milán,
adonde había sido enviado de Roma para enseñar la retórica; y con la
comunicación y sermones de San Ambrosio estaba más blando y no tan pertinaz
como solía. Aquí en Milán tuvo mucha familiaridad con el Santo, que a la sazón
era obispo de ella; y le amaba y respetaba como a un ángel del cielo, así por
sus admirables virtudes, como porque esperaba que por su medio su hijo se había
de convertir y salir de aquel abismo de errores en que estaba, como después
sucedió. San Ambrosio estimaba y alababa a Santa Mónica, como a tan gran sierva
del Señor, y quería bien a San Agustín , no tanto por su gran ingenio, como por
ser hijo de tal madre , la cual vivía de oración , y era la primera que entraba
en el templo y la postrera que salía de él, y la mas fervorosa en las vigilias
que en aquel tiempo se hacían en Milán con gran devoción de los católicos,
contra la violencia y furor de Justina, madre del emperador Valentiniano el
Mozo.
Esta emperatriz era
hereje arriana, y por favorecer y establecer su mala secta, perseguía a San
Ambrosio, que se le oponía, y a los otros católicos que le contradecían; mas
San Ambrosio, por animar a su pueblo y alegrarle con alguna consolación y
alivio espiritual, para que no desmayasen por la fuerza y violencia de la
persecución de la emperatriz, que era terrible, instituyó que se cantasen los
himnos y salmos, como se usaba en la Iglesia oriental, y después siguieron esta
misma costumbre las otras Iglesias; de suerte que no tiene fundamento lo que
algunos escriben, que San Ambrosio, por aviso de Santa Mónica, quitó las
vigilias eclesiásticas, porque se usaba mal de ellas; porque antes en su tiempo
se frecuentaron y celebraron con mayor fervor por la ocasión que habemos dicho,
como se saca del mismo San Ambrosio y de San Agustín, y doctamente lo notó el
cardenal Baronio. Finalmente, con el trato y familiaridad que tuvo Agustino con
San Ambrosio, se convirtió y bautizo en Milán a los treinta y cuatro años de edad
, y fue después tan gran Santo y uno de los más firmes pilares de la Iglesia
católica, haciéndole Dios nuestro Señor a él, y a nosotros en él, tan gran
merced por las oraciones y lagrimas de su bendita madre Santa Mónica; y por
esta causa celebra la Santa Iglesia la conversión de San Agustín a los 5 de
mayo, en el cual día se bautizo; y no hace esto por la conversión de ningún
otro Santo, sino por la de San Pablo.
Volviendo, pues,
Santa Mónica muy consolada y alegre con su hijo San Agustín para África, y
habiendo llegado a la ciudad de Ostia, que esta como cuatro leguas de Roma,
aguardando embarcación y tiempo para navegar, fue nuestro Señor servido que
muriese allí. Había estado poco antes con su mismo hijo San Agustín, hablando a
solas dulcísima y altísimamente del menosprecio de todas las cosas visibles,
del amor y deseo de las celestiales y eternas, y dichole que ya no tenía para
qué vivir, pues Dios nuestro Señor le había cumplido su deseo de verle
cristiano y siervo suyo, y que allí moriría, y que enterrasen su cuerpo donde
quisiesen: pues para Dios nuestro Señor ninguna cosa esta lejos, y que en
cualquiera lugar que estuviese conocería su cuerpo y le podría resucitar; que
una sola cosa les rogaba, que dijesen misas por ella y se acordasen de su alma
en el altar del Señor; y a los nueve días de su enfermedad pasó la
bienaventurada Santa Mónica a la vida perdurable, siendo de cincuenta y seis
años. Quedó el Santo hijo lastimado por la pérdida de tan Santa madre, y
enterró su cuerpo en la iglesia de Santa Aurea, en la misma ciudad de Ostia: de
la cual, en el año trece del pontificado del papa Martino V, fue trasladado a
Roma y colocado en la iglesia de San Agustín, a los 9 de abril.
De su madre, dice San
Agustín, que fue sierva de los siervos de Dios, y que cualquiera de ellos que
la conocía y trataba, se movía a alabar, honrar y amar mucho al Señor, porque
conocía que moraba en el corazón de ella, como lo testificaban las buenas
obras, y el fruto de su Santa conversión; y que había sido mujer de un solo
marido, y pagado a sus padres lo que les debía por haberla engendrado ;
gobernado su casa con gran piedad, ejercitándose continuamente en nobles obras;
criado sus hijos en el temor de Dios, pariéndolos tantas veces cuantas ellos se
apartaban del camino de la virtud, y tenía tan gran cuidado de todos los que
iban en su compañía, como si fuera madre de todos; y así los servía como si
fuera hija de cada uno. Dice mas San Agustín: que era muy pacifica y muy amiga
de hacer amistades entre las personas que se tenían mala voluntad, y que le
había nuestro Señor dado singular gracia para ello; porque oyendo muchas veces
de la una parte y de la otra quejas y palabras de amargura, sentimiento e
injuria (como comúnmente suele decirse, cuando el corazón está ciego y turbado
con la pasión de la ira u odio), nunca refería cosa que hubiese oído de los
unos a los otros, sino solamente lo que podía amansarlos y desenojarlos, y
aprovechar para la paz y concordia que ella pretendía, procurando en todo unir
los corazones desunidos y quitarles la amargura del odio con la dulzura de la
Santa caridad: muy diferente de lo que hacen algunos, que no solamente refieren
el mal que oyen a las personas de quienes se dice, antes le acrecientan y
añaden lo que no oyeron, como lo dice y llora San Agustín: el cual con
extenderse en estas y otras alabanzas de su piadosa madre, es cosa maravillosa
ver con cuan dulce y tierno afecto suplica a nuestro Señor que le perdone las
culpas que cometió; y a todos los siervos de Dios que leyeren lo que él
escribe, que se acuerden de ella cuando estuvieren en el altar del Señor;
porque, dice, aunque ella fue vivificada en Cristo, y vivido tan Santamente, no
por eso se atrevía a decir que después que fue lavada con el agua del bautismo
no había salido palabra de su boca contra los mandamientos de Dios: y que sin
su misericordia no hay vida de hombre tan noble que no tenga mucho que temer.
Celebra la Iglesia católica la fiesta de Santa Mónica el día de su muerte, que
fue el 4 de mayo del año del Señor de 389.
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