San Onofre (cuyo nombre significa "el que siempre esta feliz") fue un ermitaño que vivió en el siglo V, y paso 60 años de su vida en el desierto como un anacoreta.
Se lo representa como como un anciano de cubierto solo de abundantes cabellos, con un cáliz y un ángel encargado de darle la sagrada comunión, o junto a una calavera y un camello.
Según la leyenda, él era el hijo de un rey, cuyo nacimiento fue muy deseado, pero que recién nacido fue indicado, por un demonio, como el fruto de una relación adúltera de la Reina, y por lo tanto debía ser sometido a una "prueba de fuego", de la que saldría indemne, siendo así probado desde su más tierna infancia.
Se aísla a sí mismo, llevando una vida de ermitaño desde muy joven. Finalmente, pasados muchos años, es encontrado por el monje Pafnucio, quien relata su vida, que se expone a continuación:
- La variedad de santos, que Dios tiene en su Iglesia, es admirable, y un argumento eficacísimo de su soberano e infinito poder, y con ella está más adornada y enriquecida la Iglesia, que esta máquina del mundo con tanta multitud de criaturas, tan hermosas, y tan diferentes y diversas entre sí. Tiene patriarcas excelentes en la fe, profetas alumbrados con la luz del cielo, apóstoles abrasados de caridad, mártires esforzados y triunfadores de los tormentos y muertes, doctores, que como ríos caudalosos de la sabiduría, regaron y fertilizaron la tierra, vírgenes y doncellas purísimas, que en la carne flaca vivieren como ángeles, y santos confesores, que con su penitencia y humildad nos enseñaron el camino de la vida eterna. Pero entre todas las vidas de los santos algunas hay de ermitaños, y perfectísimos anacoretas, los cuales moraron muchos años en los desiertos, y siendo hombres, como nosotros, vivieron tan apartados de los hombres, y teniendo cuerpo tan sin cuerpo, que cierto puede grande admiración, y suspende nuestros entendimientos, considerando lo que puede nuestra frágil carne, confortada con el favor de aquel Señor, que escoge y se sirve de las cosas flacas, por mostrar más poder.
- Tal es la vida de San Onofre, ermitaño, la cual escribió un santo monje, llamado Pafnucio. Estando el santo Pafnucio en el yermo, inspirado del Señor, le vino gana de entrarse más adentro por aquellos desiertos, para conocer y tratar los varones santos que había en ellos: y después de haber caminado algunos días y vencido grandes dificultades de cansancio, hambre y sed, y hallando en una cueva un santo muerto y a otro lloroso y penitente; finalmente vio venir de lejos un hombre desnudo, cubierto de cerdas, al modo de una espantosa fiera, y ceñido con una cinta hecha de hojas de árboles. Se asombró Pafnucio, y viendo que venía para él, despavorido y temblando, huyo y se subió a un monte; y el hombre desnudo le siguió hasta la falda del monte, y se dejó caer en tierra a una sombra, y alzando como pudo la voz le comenzó a hablar de esta manera: Varón santo, desciende, que hombre soy mortal que vivo en este desierto. Oyendo estas palabras, bajo Pafnucio y se echó a sus pies, y él lo hizo levantar y sentar junto a sí. Pregúntale por su nombre Pafnucio, y el respondió que se llamaba Onofre, y que hacía sesenta años que vivía en aquella soledad, y que en todo este tiempo nunca había visto otro hombre sino a él; porque siendo mozo y monje en el monasterio llamado Érico, en Tebas (donde habitaban cien monjes, grandes siervos de Dios y muy unidos en la fe misma y caridad), y habiendo oído decir de la vida que hizo el profeta Elías y San Juan Bautista en el desierto, y que era cosa más perfecta vivir en soledad, apartado de los hombres y pendiente de sola la providencia de Dios, que no en la comunidad donde hay tantas ayudas y socorros; se determinó a seguir lo que le decían que era más perfecto, y tomando algunos pocos panes que le podían bastar para cuatro días, salió del monasterio y entro en el desierto, y vio una luz que iba delante de él guiándole, que quedo algo turbado, no sabiendo lo que era ni lo que haría; y que estando en esto, había oído una voz que le dijo, que no temiese, porque era el ángel de su guarda que venía a guiarle en aquella jornada, la cual era muy agradable a Dios nuestro Señor.
- Dijo más: que animado con aquella voz y con tan buena compañía, camino por aquella soledad, como siete millas, hasta que llego a una cueva: y queriendo saber si vivía allí algún solitario, llamo a la puerta, pidiendo que le bendijese el que estaba dentro, y que había salido de ella un venerable viejo en traje de ermitaño, con un rostro de mucha gracia y gravedad, y que cuando le vio se derribó a sus pies haciéndole la debida reverencia; más que el santo viejo le levanto de la mano diciéndole: Tú eres Onofre mi huésped e imitador: entra hijo, y persevera en lo que has comenzado, que Dios te ayudara: y que había entrado en la Cueva y estado en compañía del viejo algunos días, aprendiendo de el la vida e instituto de los ermitaños; y cuando le pareció que ya estaba bien instruido, le dijo, que le quería llevar a otra cueva más apartada en que habitase solo; porque esta era la voluntad de Dios, y así le llevo más adentro del desierto cuatro días de camino, donde hallando una palma cerca de una pobre choza, le dijo, que aquel era el lugar que Dios le tenía aparejado; y que estuvo treinta años con él, y cada año se veían una vez hasta que murió, y enterró su cuerpo allí junto a la choza en que vivía. Todo esto dijo el santo viejo Onofre a Pafnucio con particular instinto del Señor para su edificación, y de otros que dé él lo oyesen, y porque sabía el fin para que Dios le había traído a aquella soledad. Admirado Pafnucio de la narración de Onofre le pregunto: si en los principios, cuando comenzó aquella vida, había padecido grandes molestias y dificultades; y él le respondió, que habían sido tantas y tan terribles, que muchas veces había pensado perecer de hambre y de sed, y de frío y de calor; pero que viendo nuestro Señor su paciencia y sus ayunos y penitencia, le había enviado después su santo ángel que le traía el sustento cotidiano y un poco agua: y que también aquella palma le daba al año doce racimos de Pafnucio estaba contentísimo se levantó el santo viejo y le dijo que se fuese con él. Le llevo a su choza o cueva donde estaba la palma, y vieron en medio de ella pan y agua. Dieron gracias a Dios y comieron siendo ya puesto el sol, y pasaron la noche en oración, apartado el uno del otro. Amaneció el día siguiente, y mirando Pafnucio el rostro de Onofre le vio muy trocado de color y se turbo. Noto esto el santo viejo y dijo: Hermano Pafnucio no temas; porque el Señor que es misericordioso te ha enviado aquí para que entierres mi cuerpo; porque hoy acabo mi peregrinación y me voy al lugar de mi descanso. Y si fueres a Egipto da cuenta a los monjes de lo que le he dicho, y de las grandes misericordias que he recibido de Dios, en cuya bondad confió hará muchas mercedes a los que se encomendaren a él, tomándome por su intercesor, porque así lo he pedido y suplicado. Le dijo Pafnucio, que después de ser el muerto deseaba quedarse allí para vivir en aquel lugar; mas el santo viejo no vino en ello, diciéndole que no era aquella la voluntad de Dios, sino que se informase de las vidas y ejemplos de los santos que moraban por aquellos desiertos, y los narrase a los otros monjes de Egipto para edificación, y que así se volviese a su primera habitación. Se hecho Pafnucio a los pies del santo viejo Onofre y le pidió que le bendijese, y que suplicase a nuestro Señor, que como se le había dejado ver en la tierra en carne mortal, se le dejase ver inmortal en el cielo. Y después de haberle dado Onofre su bendición, se puso de rodillas e hizo oración con muchas lágrimas y gemidos, y cayó en tierra su cansado cuerpo y dio su bienaventurado espíritu con grande alegría a Dios. Se oyeron luego cantares de ángeles que alababan al Señor. Pafnucio hizo dos partes de su habito, y con la una cubrió el cuerpo desnudo de Onofre que tanto había padecido y tan buen compañero había sido de su bendita alma, y puso en una piedra cavada a manera de cisterna y muchas piedras a la boca: y deseando quedarse allí y hacer su vida, donde San Onofre había vivido, vio que en aquel mismo punto se había caído aquella pobre casilla en que moraba el santo viejo y arrancado la palma de que comía: y así entendió que no era la voluntad de Dios que allí permaneciese. La muerte de San Onofre fue a los 12 de junio, y en este día le pone el Martirologio romano, y el martirologio de los griegos. y el libro de las vidas de los santos padres, capitulo 52; y el cardenal Bironio en las anotaciones del Martirologio hace mención de él. El tiempo que vivió, no sabemos cierto, ni quien fue este Pafnucio a quien el santo conto su vida, y le enterró; porque ha habido diversos Pafnucio, y algunos de ellos mártires, y un insigne monje que vivió en tiempo de San Antonio Abad, y de él hace mención San Atanasio en su vida.
Oración (típica de Italia para obtener la mediación del santo)
San Onofre peludo -peludo
todo amable y amoroso
por tus santos pelos
hazme este favor
más tarde esta noche
San Onofre peludo- peludo
mi corazón está todo confuso
por tus santos pelos
hazme este favor
más tarde esta noche
San Onofre peludo -peludo
Yo hice una oferta a los pobres
por tus santos pelos
déjame encontrar lo que he perdido
más tarde esta noche.
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