martes, 23 de septiembre de 2014

San Longinos

El martirio del glorioso soldado Longinos, escribe Simeón Metafraste, fue de esta manera.
Fue Longinos judío y centurión, o capitán de cien soldados, cuando Cristo Nuestro Salvador fue condenado a muerte de cruz, y uno de los soldados, que asistían a la ejecución de aquella impía y detestable sentencia: el cual habiendo visto la paciencia y constancia con que Cristo nuestro Señor había padecido los tormentos y afrentas de su pasión, y que a la hora de expirar había alzado la voz con gran clamor, encomendando su espíritu al Padre Eterno, y que el cielo se obscureció, y la tierra tembló, las piedras se hicieron pedazos, y todo el mundo se vistió de luto por la muerte de su Señor; alumbrado con la luz del cielo, conoció que aquel hombre, que allí moría, era más que hombre, y verdadero Hijo de Dios, y por tal le confesó. Después que fue sepultado el cuerpo del Salvador, mandaron a Longinos que le guardase con sus soldados: y habiendo al tercer día resucitado el Señor, de la manera, que se dice en el sagrado Evangelio, los soldados quedaron asombrados, y Longinos mas confirmado, y dio cuenta al sumo sacerdote, y a los escribas y fariseos de las maravillas, que Dios había obrado, y él y sus soldados habían visto en la gloriosa resurrección de Cristo.

Tuvieron de esto grandísimo enojo y pena los sacerdotes, y para obscurecer la gloria de Cristo procuraron con dones y promesas pervertir a Longinos, y persuadirle, que publicase que estando durmiendo sus soldados, los discípulos de Cristo habían venido de noche al sepulcro, y hurtado su sagrado cuerpo: mas el santo soldado, como estaba ya trocado y lleno de divina luz, nunca quiso consentir en la mentira, sino pregonar la verdad, y ser testigo fiel de la resurrección del Señor. Vista su constancia, determinaron los escribas y fariseos vengarse de él: y él, sabiendo su mala intención, y lo que urdían, dejando el oficio de soldado, y comprando alguna hacienda, partió de Jerusalén para Capadocia, acompañado de dos soldados suyos, y allí comenzó a predicar lo que había visto, y con sus palabras y obras convirtió muchos a la fe de Cristo. Era extraño el fruto, que Longinos hacia, y grande el número, de los que despedían las tinieblas de su antigua ignorancia abrían los ojos a los rayos de la divina luz; y crecía y florecía la fe de Cristo, con grande ignominia de los que le habían crucificado, los cuales, perseverando en su ceguedad, y no pudiendo llevar en paciencia, que Longinos su capitán, se hiciese pregonero de Cristo, procuraron con grande fuerza, que fuese condenado a muerte, como rebelde y traidor, y que el presidente Pilatos enviase soldados a Capadocia para que le prendiesen y matasen. Fueron los soldados armados de impiedad y furor, y quiso nuestro Señor, que topasen con él sin conocerle: y familiarmente, y en secreto le dijeron, a lo que venían; y el santo muy alegre y gozoso los recibió en su casa, y los regaló y festejó, y les dijo, que se sosegasen; porque él les daría a Longinos en manos: y envió a llamar aquellos dos soldados, que habían venido con él de Jerusalén, y estaban en otra estancia , para que fuesen particioneros de la misma corona del martirio, que él deseaba y esperaba: y entretanto que venían, acariciaba y regalaba en gran manera a los soldados que tenía en su casa, y habían venido para darle la muerte. Llegaron los dos soldados de Longinos; y dijo a los otros: Yo soy Longinos a quien buscáis: vedme aquí, dadme la muerte, y pagadme con ella el servicio que os he hecho estos días en mi casa; que yo la tendré por singular beneficio. Se asombraron los soldados, cuando esto oyeron, y no podían creer que aquel fuese, el que ellos buscaban , por ver el regocijo y júbilo que mostraba, y con que hablaba de su muerte: pero cuando se certificaron, que era él mismo, pareciéndoles, que era grande descomedimiento, e ingratitud maltratar a quien tan bien les había tratado, y dar la muerte al que los había hospedado, y regalado con tan rara humildad y cortesía; le dijeron , que antes perderían ellos la vida, que quitársela a él: y en efecto fue necesario que él los animase, y les diese a entender, que el mayor bien, que en esta vida le podían hacer, era enviarle a reinar con Cristo; y mandó a un criado suyo, que le trajese un vestido blanco, y de fiesta , para celebrar las bodas celestiales aquel día: y animando a sus soldados, y abrazándose con ellos, se hincó de rodillas, mostrando con la mano el lugar, donde quería ser enterrado, y allí le degollaron, y con él a sus dos santos compañeros. Tomaron su cabeza los sayones, que se la habían cortado, y la llevaron a Pilatos; el cual, por dar contento a los dirigentes judíos, la mandó poner en la puerta de la ciudad. Arrojándola después en un muladar, y la guardo Dios de todo mal olor y corrupción: y para honrar mas al santo soldado, que había derramado la sangre por su amor, hizo muchos milagros por ella, entre los cuales se cuenta, que una mujer viuda, pobre, y ciega, que tenía un solo hijo, que la guiaba, determinó ir a Jerusalén, para suplicar a nuestro Señor, que la sanase y la librase de las calamidades que padecía. Apenas había entrado en la ciudad, cuando se le murió el hijo, y quedó del todo desamparada, y en perpetuo llanto; mas estando durmiendo, se le apareció San Longinos, como quien la consolaba, y declaraba lo mucho que Cristo había padecido por nuestros pecados, y que él había peleado por él, y con su gracia vencido, y sido coronado de corona de martirio: y le mandó, que buscase su cabeza, que estaba cubierta de estiércol y basura; porque tocándola, cobraría la vista de los ojos: y más le dijo, que él le traería a su hijo para que le viese, y alegraría y serenaría su corazón. Como lo dijo el santo, así lo hizo; porque la mujer, animada con la visión, que había tenido, se fue al lugar, que el santo le había señalado, y sacó la sagrada cabeza del muladar, en que estaba arrojada; y luego cobró la vista del cuerpo, y mucho mas la del alma: y la noche siguiente le apareció Longinos, que le traía a su hijo vestido de una maravillosa y celestial claridad, y le dijo: Mira, que no llores, ni pienses, que son desdichados y miserables, los que están coronados de gloria, y perpetuamente alaban y glorifican al Señor. Toma mi cabeza, y entiérrala con el cuerpo de tu hijo en una misma arca, y alaba al Señor en sus santos; porque esta es su voluntad: y dichas estas palabras, desapareció aquella visión; y la buena mujer, tomando la sagrada cabeza con gran reverencia, y el cuerpo de su hijo, la colocó honoríficamente en una aldea, que se llama Sandial, y era el lugar, donde Longinos había nacido. De San Longinos hacen mención el Martirologio romano.

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