La
gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores
latinos llaman Marina, fue natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija
de un famoso sacerdote de los dioses llamado Edisio. Fue hija única de sus
padres: y habiéndosele muerto la madre, siendo niña, fue dada a criar a una
buena mujer, a quince millas de la ciudad. Allí se crió con la leche de la fe
cristiana y de santas costumbres, y cuanto más iba creciendo en edad, tanto más
crecía en virtud, recogimiento, honestidad y hermosura, resplandeciendo su
purísima alma en el cuerpo sobre manera. Se enternecía mucho cuando oía decir
los tormentos exquisitos y desmedidos, con que los santos mártires eran
despedazados y muertos, y la constancia y fortaleza con que los padecían,
queriendo antes perder mil veces la vida que la fe de su Señor, y le venía
gran deseo de imitarlos y de padecer por Cristo, lo que ellos padecían.
Mas su padre, como fuese idólatra y sacerdote de los falsos dioses, aborrecía a
su hija, y la maltrataba por verla tan asida y abrazada
con Jesucristo, y tan contraria a sus intentos. Aconteció que estando la santa
virgen un día en el campo, y pasando por allí Olibrio, presidente de Oriento,
con mucho acompañamiento, la vio, y maravillado de su extremada belleza, se
enamoró de ella y determinó tomarla por mujer: pero como después entendiese que
era cristiana, y no pudiese ablandaría con regalos, ni espantarla con fieros,
ni atraerla a su voluntad con maña ni fuerza; trocando todo el amor en odio, y
la ternura en furor, quiso vengarse de ella con tormentos. Le mandó tender en
el suelo y azotar cruelísimamente, y con tanta fuerza, que de su delicado y
despedazado cuerpo salían arroyos de sangre: y el pueblo que estaba presente,
de pura lastima derramaba muchas lágrimas. Más la santa doncella estaba tan
fija y absorta en el amor de su dulcísimo esposo, que parecía que no sentía sus
penas, más que si no fuera ella quien las padecía. Le mandó el fiero presidente
desgarrar con uñas de hierro, y con clavos enclavada, atormentarla tan
despiadadamente, que el mismo presidente cubría sus ojos por no verla. De allí
la llevaron de nuevo a la cárcel: la cual , orando la santa con gran devoción,
y suplicando al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin
, de repente tembló ; y el demonio, tomando forma de un dragón terrible y
espantoso , se le apareció , y con silbidos y un olor intolerable se llegó a
ella, como que la quería tragar ; más la santa con gran seguridad y firmeza ,
haciendo la señal do la cruz , lo hizo allí reventar : y luego en aquel oscuro
calabozo resplandeció una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo :
Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido a tus enemigos: al
tirano dejas corrido, y al demonio espantado. No pierdas tu constancia en lo
que te queda de padecer, que presto tendrán fin tus tormentos y comenzara tu
gloría. Con esta voz se consoló mucho la santa doncella, y luego
sana de sus heridas, dio por ello gracias a Dios. Al día siguiente la mandó el
juez parecer delante de sí, y viéndola tan sana y tan entera como si no hubiera
padecido cosa alguna, admirándose de ello la mandó desnudar, y con hachas
encendidas abrasar los pechos y costados. Hacia la santa oración a Dios en tanto
que duraba este tormento; y con el refresco y favor del cielo, le sufrió con
gran paciencia y alegría. Después mandó traer una gran tina de agua, y echarla
en ella atada para que se ahogase: mas echándola en el agua, se sintió un gran
terremoto, y bajó una claridad grandísima, y en medio de ella una paloma que se
sentó sobro la cabeza de la santa, y luego se desataron las ataduras en que
estaba atada, y santa Margarita sin lesión alguna salió del agua, y la paloma y
claridad se desapareció. Por este milagro se convirtieron muchos de los que
allí estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad y los mandó
matar: y lo mismo quiso que se ejecutase contra santa Margarita, dando
sentencia que fuese degollada. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en
la mano para ejecutar esta cruel sentencia, la santa virgen con afectuoso
corazón, y piadosas y abundantes lágrimas, levantó los ojos al cielo y suplicó
al Señor, que pues le había dado esfuerzo para vencer tantos tormentos, y morir
por la confesión de la fe (por lo cual ella le hacía infinitas gracias), usase
de misericordia con todos los que puestos en algún trabajo lo pidiesen favor y
por su intercesión invocasen su santo nombre. A esta oración tembló de nuevo la
tierra, y muchos de los que estaban presentes, despavoridos cayeron en el
suelo, y el mismo verdugo se desmayó y cayó: y el Señor rodeado de ángeles le
apareció, y lo dijo que había oído su oración y que lo otorgaba todo lo que
había pedido; y con esto animando ella misiva al verdugo que estaba desatinado
y temblando, fue degollada, y recibió de mano de su amorosísimo y celestial
esposo, la corona doblada de su virginidad y martirio. Celébrale la Iglesia a
los 20 de julio, y fue cerca do los años del Señor de 300, imperando
Diocleciano. Escribió su vida Metafraste, y de ella hacen mención el
Martirologio romano y los griegos en su Menologio.
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