lunes, 22 de septiembre de 2014

Santa Marina

La gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores latinos llaman Marina, fue natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija de un famoso sacerdote de los dioses llamado Edisio. Fue hija única de sus padres: y habiéndosele muerto la madre, siendo niña, fue dada a criar a una buena mujer, a quince millas de la ciudad. Allí se crió con la leche de la fe cristiana y de santas costumbres, y cuanto más iba creciendo en edad, tanto más crecía en virtud, recogimiento, honestidad y hermosura, resplandeciendo su purísima alma en el cuerpo sobre manera. Se enternecía mucho cuando oía decir los tormentos exquisitos y desmedidos, con que los santos mártires eran despedazados y muertos, y la constancia y fortaleza con que los padecían, queriendo antes perder mil veces la vida que la fe de su Señor, y le venía  gran deseo de imitarlos y de padecer por Cristo, lo que ellos padecían. Mas su padre, como fuese idólatra y sacerdote de los falsos dioses, aborrecía a su hija, y la maltrataba  por verla tan asida abrazada con Jesucristo, y tan contraria a sus intentos. Aconteció que estando la santa virgen un día en el campo, y pasando por allí Olibrio, presidente de Oriento, con mucho acompañamiento, la vio, y maravillado de su extremada belleza, se enamoró de ella y determinó tomarla por mujer: pero como después entendiese que era cristiana, y no pudiese ablandaría con regalos, ni espantarla con fieros, ni atraerla a su voluntad con maña ni fuerza; trocando todo el amor en odio, y la ternura en furor, quiso vengarse de ella con tormentos. Le mandó tender en el suelo y azotar cruelísimamente, y con tanta fuerza, que de su delicado y despedazado cuerpo salían arroyos de sangre: y el pueblo que estaba presente, de pura lastima derramaba muchas lágrimas. Más la santa doncella estaba tan fija y absorta en el amor de su dulcísimo esposo, que parecía que no sentía sus penas, más que si no fuera ella quien las padecía. Le mandó el fiero presidente desgarrar con uñas de hierro, y con clavos enclavada, atormentarla tan despiadadamente, que el mismo presidente cubría sus ojos por no verla. De allí la llevaron de nuevo a la cárcel: la cual , orando la santa con gran devoción, y suplicando al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin , de repente tembló ; y el demonio, tomando forma de un dragón terrible y espantoso , se le apareció , y con silbidos y un olor intolerable se llegó a ella, como que la quería tragar ; más la santa con gran seguridad y firmeza , haciendo la señal do la cruz , lo hizo allí reventar : y luego en aquel oscuro calabozo resplandeció una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo : Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido a tus enemigos: al tirano dejas corrido, y al demonio espantado. No pierdas tu constancia en lo que te queda de padecer, que presto tendrán fin tus tormentos y comenzara tu gloría. Con esta voz se consoló mucho la santa doncella, y  luego sana de sus heridas, dio por ello gracias a Dios. Al día siguiente la mandó el juez parecer delante de sí, y viéndola tan sana y tan entera como si no hubiera padecido cosa alguna, admirándose de ello la mandó desnudar, y con hachas encendidas abrasar los pechos y costados. Hacia la santa oración a Dios en tanto que duraba este tormento; y con el refresco y favor del cielo, le sufrió con gran paciencia y alegría. Después mandó traer una gran tina de agua, y echarla en ella atada para que se ahogase: mas echándola en el agua, se sintió un gran terremoto, y bajó una claridad grandísima, y en medio de ella una paloma que se sentó sobro la cabeza de la santa, y luego se desataron las ataduras en que estaba atada, y santa Margarita sin lesión alguna salió del agua, y la paloma y claridad se desapareció. Por este milagro se convirtieron muchos de los que allí estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad y los mandó matar: y lo mismo quiso que se ejecutase contra santa Margarita, dando sentencia que fuese degollada. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en la mano para ejecutar esta cruel sentencia, la santa virgen con afectuoso corazón, y piadosas y abundantes lágrimas, levantó los ojos al cielo y suplicó al Señor, que pues le había dado esfuerzo para vencer tantos tormentos, y morir por la confesión de la fe (por lo cual ella le hacía infinitas gracias), usase de misericordia con todos los que puestos en algún trabajo lo pidiesen favor y por su intercesión invocasen su santo nombre. A esta oración tembló de nuevo la tierra, y muchos de los que estaban presentes, despavoridos cayeron en el suelo, y el mismo verdugo se desmayó y cayó: y el Señor rodeado de ángeles le apareció, y lo dijo que había oído su oración y que lo otorgaba todo lo que había pedido; y con esto animando ella misiva al verdugo que estaba desatinado y temblando, fue degollada, y recibió de mano de su amorosísimo y celestial esposo, la corona doblada de su virginidad y martirio. Celébrale la Iglesia a los 20 de julio, y fue cerca do los años del Señor de 300, imperando Diocleciano. Escribió su vida Metafraste, y de ella hacen mención el Martirologio romano y los griegos en su Menologio.

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