martes, 23 de septiembre de 2014

San Cipriano y Santa Justina.

Los modos que Dios nuestro Señor tiene para salvar las almas, son muchos y maravillosos; porque de nuestros males saca bienes, de la ponzoña hace triaca, y de la muerte vida. Véase esto ser verdad en la vida y martirio de san Cipriano: el cual, siendo mago y nigromántico, armando lazos por mano de los demonios y ministros del infierno, para que cayese en pecado la gloriosa virgen santa Justina, fue preso y enlazado, y se convirtió a Cristo y después fue con ella mártir del Señor. El martirio de estos santos Cipriano y Justina, es de esta manera. Fue santa Justina de la ciudad de Antioquía su padre se llamaba Dasio, o (como Metafraste dice) Edesio, y su madre Cledonia. Eran gentiles, y también lo era su hija Justina; mas por la doctrina de un santo diácono, llamado Praíso, o Proelio, se convirtió a la fe del Señor, y por su medio, y por una revelación que tuvieron, también se convirtieron y se bautizaron sus padres. Era Justina hermosa por extremo, y de muy grandes gracias naturales, y mucho más hermosa por las virtudes, con que su alma resplandecía en los ojos del Señor, a quien tomó por esposo, y consagró su virginidad. Tuvo envidia el demonio de la santidad de Justina, y pretendió derribarla, y hacerla caer de aquella perfección en que estaba. Para esto incitó a un mancebo rico y lascivo, que se llamaba Agladio, que pusiese los ojos en Justina, y se enamorase de ella y por todos los caminos, que suele el amor ciego, procurase atraerla a su voluntad. Ningún medio bastó para vencer el propósito de la santa virgen; porque estaba fundado sobre la peña firme, y no temía las avenidas de los ríos, ni el ímpetu y braveza de las tempestades y vientos. Como Agladio vio que le salían en vano sus intentos, tomó por postrer remedio el favorecerse de los demonios que le incitaban, para alcanzar por ellos, lo que por si no podía. Había en la misma ciudad de Antioquia un grande hechicero y nigromántico, por nombre Cipriano: a este descubrió Agladio lo que pretendía de Justina, y los medios que había tomado para ablandarla, el ánimo obstinado y más duro que el diamante, que tenia; y que si no quería que de puro amor de aquella doncella él se muriese, le socorriese con sus artes poderosas y sobrehumanas; porque él se lo pagaría liberalmente, y quedaría su perpetuo esclavo. Tomó Cipriano a su cargo el vencer a Justina, y atraerla a la voluntad de Agladio. Convocó los demonios: mandóles lo que habían de hacer, fueron una, dos, y tres veces a la santa: asaltándola y combatiéndola, transfigurándose en mil formas y figuras; y después de haber usado contra ella todas sus artes y embustes, quedaron vencidos y corridos: porque la santa doncella, favorecida de su dulce esposo Jesucristo, y armada de oración y ayuno, y especialmente de la señal de la santa cruz, triunfó de ellos gloriosamente. Quedó Cipriano asombrado, por ver que sus artes tenían tan poca fuerza, y que los mismos demonios confesaban su flaqueza, y que no podían prevalecer contra Justina, por ser cristiana, y estar armada con la virtud y poder de Cristo crucificado. De aquí entendió Cipriano que Jesucristo nuestro Salvador era Dios, y más poderoso que todos los demonios, a quienes él tanto reverenciaba; y encendiéndose la luz del cielo en su corazón, determinó hacerse cristiano. Vino a Antimo, obispo, y le descubrió lo que pasaba; y en efecto, quemando sus libros nigrománticos, y renunciando al demonio, y a sus malas artes, se bautizó, y después fue ordenado de diácono, y resplandeció con gran santidad, y muchos milagros que por él obró el Señor. Y porque él le había hecho tan grandes mercedes por medio de la santa virgen Justina, tuvo siempre gran cuenta de ayudarla, y de llevar adelante sus santos propósitos, siendo ella abadesa y madre de un monasterio de doncellas, que con gran pureza servían al Señor. Floreciendo, pues, los santos de la manera que hemos referido, un conde, llamado Eutolmio, los mandó prender, y atormentar a Cipriano, y rasgarle los costados con uñas aceradas, y a Justina, después de haberla dado muchas bofetadas, azotar con crudos nervios. Después pusieron a Cipriano en la cárcel, y a Justina en casa do una mujer honrada. De allí a pocos días, traídos a su presencia, viendo la constancia y perseverancia que tenían en la fe, los mandó echar en una caldera grande, encendida, y llenado pez, sebo y resina. Entraron los santos mártires en la caldera, y salieron sin lesión alguna, por virtud de aquel Señor, a quien obedecen todas sus criaturas: y un sacerdote de los gentiles, llamado Atanasio, fue quemado del fuego que había perdonado a los santos. De allí fueron llevados a Nicomedia: y después de haber padecido otros tormentos con grande ánimo y alegría , los degollaron, y dejaron seis días sus cuerpos sin sepultura , para que las fieras los comiesen; mas quedaron enteros, guardándolos Dios. Ciertos cristianos una noche los tomaron y pusieron en un navío, y los pasaron a Roma, en donde primero fueron sepultados en una heredad de Rufina, noble matrona, y después trasladados a la iglesia de San Juan de Letrán, donde al presente están junto al baptisterio. Celebra la Iglesia la fiesta de estos dos santos a los 26 de setiembre, que fue el día de su martirio, imperando Diocleciano y Maximiano.
Escribieron de estos santos los Martirologios, romano, el de Reda, Usuardo, Adon, y Metafraste. Hay que advertir que algunos autores griegos confunden este santo Cipriano con san Cipriano , que fue obispo de Cartago, e ilustrísimo mártir, y elocuentísimo escritor, cuya fiesta celebra la Iglesia a los 16 de este mes de setiembre; pero ellos fueron dos, y no uno, y diferentes en la patria, grado, profesión, tiempo y lugar del martirio.

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