lunes, 29 de septiembre de 2014

Santa Agnes o Santa Inés

Santa Agnes  (Roma, 290 - 293 - Roma, 21 de enero 305)  fue, según la tradición latina, un noble perteneciente a la gens Claudia que fue martirizada durante la persecución de los cristianos bajo Diocleciano a la tierna edad de 12 años.
Santa Agnes era una doncella romana de gran belleza y desde su infancia fue cristiana. No tenía más de 12 años de edad, cuando el hijo del prefecto Sempronio la vio y se enamoro de ella perdidamente tanto la quería que pidió que ella sea su esposa. Pero Agnes rechazó su petición, diciendo que ella ya estaba comprometida a un marido al que amaba, que no era sino otro que Jesús. El joven no sabía a quién se refería, y sus celos y la decepción amorosa lo enfermaron  casi  hasta la muerte.
A continuación, los médicos dijeron: "Este joven está enfermo de amor no correspondido, y nuestro arte no puede aprovechara en nada". Cuando el prefecto cuestionó a su hijo, este le conto a su padre del amor que sentía  por Agnes, y que, a menos que ella sea su esposa, él  moriría. Entonces Sempronio suplicó a Agnes y a sus padres para  que  acepte  el casarse con su hijo; pero ella respondió, como antes, que prefería a su prometido, que al hijo del prefecto. Cuando él pregunto qué significaba eso, y se dio cuenta
que ella era cristiana, se alegró pues ya que había un edicto contra los cristianos, y sintió que Agnes estaba en su poder. Él entonces le dijo que ya no tendría un esposo terrenal, pues ella debía convertirse en una virgen vestal. Pero ella se negó con desprecio a la adoración de imágenes vanas, y declaró que no iba a servir a nadie más que a Jesús. Sempronio después de escuchar esto la amenazó con la muerte más horrible, y mando ponerle  cadenas  y la arrastró a los altares de los dioses. Pero ella se mantuvo firme. Luego ordenó que fuera llevada a una casa de la infamia (de prostitución), para sufrir los ultrajes más temibles. 
Los soldados  la despojaron de sus vestiduras; pero ella empezó a orar, y sus cabellos se alargaron hasta que fueron como un manto sobre ella, cubriendo a toda su persona, y aquellos que la vieron fueron incautados por el miedo. Y la encerraron en una habitación, y cuando oró nuevamente a Cristo para no ser deshonrada, vio ante ella una prenda blanca y brillante, la cual  se puso con alegría llenándose la sala de gran luz. El hijo del prefecto, pensando que ya debía  estar sometida, se acerco nuevamente a ella. Pero queda ciego, y cae al suelo con convulsiones. Agnes, movida por la compasión hacia sus sufrimientos y las lágrimas de sus amigos, rezó por su recuperación, y el joven fue sanado. Cuando Sempronio vio esto, quiso salvarla; pero la gente dijo: "Ella es una hechicera: déjenla morir". Así que fue condenada a ser quemada, pero las llamas no le hicieron ningún daño, mientras que los verdugos fueron consumidos por ellas. Entonces ellos gritaban aún más: "Ella es una hechicera: ella debe morir". Entonces a uno de los verdugos se le mandó  subir a la pila, y matarla con la espada. Así lo hizo, y mirando atentamente hacia el cielo, cayó muerto.
Fue enterrada en la Via Nomentana, y los cristianos estaban acostumbrados a visitar su tumba para  llorar. Pero ella se les apareció, y prohibió que sintieran pesar por ella, que estaba muy  feliz en el cielo. Santa Inés es la santa favorita de las mujeres romanas. Hay una iglesia dedicada a ella, en la Piazza Navona, en el lugar en el que se encontraba la casa de la infamia a la que fue llevada; y otra de gran interés más allá de la Porta Pía, que se dice que fue construida por Constantino, a petición de su hija, Constantina, para conmemorar el lugar de entierro de Santa Inés. Junto a los evangelistas y apóstoles, no hay santo cuyas imágenes sean más antiguas que las de Santa Inés. Se la representa con mayor frecuencia con un cordero.
Ella fue una de las cuatro grandes vírgenes mártires de la Iglesia latina. Entre sus atributos se encuentran el cordero, la palma, el pelo largo, y espada
Es la santa patrona de las vírgenes, adolecentes, novias y jardineros.

martes, 23 de septiembre de 2014

Santa Mónica

La vida de la gloriosa Santa Mónica, madre de San Agustín, luz y doctor de la Iglesia católica, sacada de las obras del mismo padre San Agustín, es en esta manera.
Fue Santa Mónica de nación africana, hija de padres honrados y cristianos, que la criaron en toda honestidad y virtud; y ella, que de suyo era bien inclinada, se da a la devoción. Siendo niña, se entraba muchas veces en la iglesia, y puesta en un rincón se estaba orando con sosiego y quietud. Se levantaba de noche a rezar las oraciones que su madre Facunda la enseñaba. Era amiga de hacer limosna, y de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres; y cuanto más crecía en estado, tanto más crecía en deseo de toda virtud. Cuando sus padres la mandaban que se ataviase, lo hacía por obedecerlos, aunque de mala gana; porque era enemiga de galas y de vanidad. Deseó perseverar en virginidad; pero condescendió con la voluntad de sus padres, que la casaron con un varón llamado Patricio; queriendo nuestro Señor que de tan buen árbol saliese para bien del mundo un fruto tan precioso y suave como fue su hijo San Agustín. Era Patricio hombre noble, más gentil. Tuvo mucho que sufrir con él Santa Mónica; porque ella era muy grande cristiana, y sentía mucho que su marido no lo fuese. Ella era blanda y apacible, y su marido desabrido y mal acondicionado; pero pudo tanto la bienaventurada Santa con sus oraciones y lagrimas delante del Señor, y con su sufrimiento, paciencia y obediencia para con su marido, que le rindió y sujetó a Cristo nuestro Redentor y le hizo cristiano, y se conformó después tanto con la voluntad de su mujer, que en todo procuraba darle gusto y contento, como quien entendía la Santidad de ella y la merced que Dios por su medio le había hecho. La manera que Santa Mónica tuvo para ganar a su marido, dice San Agustín, que fue servirle como a señor; hablarle más con sus costumbres que con sus palabras; sufrir los agravios que le decía ; nunca enojarse con él, ni decirle mala palabra; hacer continua oración al Señor, y suplicarle que le hiciese cristiano, y con la fe casto; cuando su marido estaba enojado y con la cólera como fuera de sí, no resistirle con hecho ni con palabra, sino callar, y a su tiempo, estando ya más sosegado, darle con modestia y humildad razón de sí. Nunca quejarse con las otras mujeres del maltratamiento de su marido, ni hablar mal de él, como suelen hacer las que tienen menos sufrimiento y prudencia. Y añade el mismo San Agustín, que quejándose las otras casadas y vecinas a Santa Mónica del maltratamiento que les hacían sus maridos, y mostrando los cardenales y señales de los golpes que les daban, y maravillándose que siendo Patricio tan colérico y áspero de condición , no se supiese que jamás hubiese puesto las manos en su mujer, ni entre ellos hubiese habido un día de discordia ni una mala palabra, preguntando a Santa Mónica cual fuese la causa de esto, ella les respondía lo que hacía con su marido, y la forma que guardaba con él para tenerle sabroso y contento, y les aconsejaba que ellas la guardasen con los suyos, y que se acordasen que desde el punto en que habían tomado marido y se habían sujetado a él, le habían tomado por su cabeza y señor, y como a tal le debían obedecer y respetar, pues esto es ser casada, y con el sufrimiento y buen término ablandar al marido duro, y con la buena condición, sujeción y modestia en hablar con él, hacerle bien acondicionado; porque no tiene menos culpa la mujer que habla mal de su marido, que el marido que da ocasión con su mala vida para que la mujer hable mal de él. Las casadas que tomaban el consejo que la Santa les daba, sentían su provecho y se holgaban; las que no le tomaban, sentían su trabajo y le lloraban. Todo esto dice de su madre San Agustín.
Dice más: que también supo ganar a su suegra: la cual estando al principio poco gustosa con su nuera por los chismes de las criadas que sembraban cizaña , como suelen, entre las dos; Santa Mónica con su humildad, paciencia y mansedumbre, y perseverancia, de tal manera la ganó, que la misma suegra hizo castigara las criadas chismosas que la inquietaban ; y amenazó y avisó a todas las de su casa, que lo mismo haría con las demás que murmuras contra su nuera, y le viniesen a decir mal de ella; y con esto se apaciguó la casa y vivieron todos en concierto y quietud. De esta manera fue Santa Mónica ejemplo y dechado de casadas en el matrimonio.
Tuvo de su marido Patricio a San Agustín, al cual crió con gran cuidado y diligencia, pariéndole tantas veces con dolor de sus entrañas, cuantas le veía apartarse de la ley de Dios. Porque siendo mozo se enredó en vicios y liviandades, y creyó en los herejes maniqueos antes de ser bautizado, y la Santa madre derramaba ríos de lagrimas por su hijo, y clamaba de día y de noche sin cesar al Señor, suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y torpezas en que estaba Agustín sazonado y maduro para recibir la Santa doctrina) no lo quisiese hacer, y ella le hiciese mayor instancia y le importunase con ruegos y copiosas lagrimas que lo hiciese, el buen obispo como cantado le dijo: Por vida vuestra, hermosísimo y resplandeciente, que con rostro alegre y risueño le preguntaba la causa de su dolor; y como ella lo respondiese que era la perdición de su hijo, le dijo que no tuviese pena, sino que mirase y advirtiese bien, que donde estaba ella estaba también su hijo; y así mirándolo con atención vio que su hijo estaba en la misma regla en que estaba ella; y entendió que el Señor con aquella demostración le daba a entender que su hijo vendría a creer lo que ella creía, y a recibir la fe en que ella estaba. Le vinieron ganas a San Agustín de dejar a Cartago, donde leía retórica, y pasar a Roma para valer más. Procuró la Santa madre estorbárselo con todos los medios que pudo; y en fin él la engañó y se fue a Roma, donde tuvo una grave y peligrosa enfermedad, de la cual nuestro Señor le libró por las oraciones do su buena madre, para que no quedase atravesada perpetuamente de dolor viendo a su hijo muerto sin bautismo y en desgracia de nuestro Señor, como lo dice el mismo San Agustín por estas palabras: « Con mayor solicitud me paria mi madre en espíritu, que me había parido en la carne: y no veo cómo se pudiera curar la llaga que le hiciera al verme morir de aquella manera, y de qué provecho hubieran sido aquellas oraciones tan continuas y tan fervorosas, que ella por mí a vos, Señor, hacia. ¿Pudieras vos, que sois Dios de las misericordias, despreciar el corazón contrito y humilde de una viuda casta y sobria, que hacia tantas limosnas y servía con tanto cuidado a vuestros siervos, y cada día os ofrecía ofrenda en vuestro altar; y la mañana y la tarde infaliblemente venia a la iglesia, no para charlar, sino para oír vuestra palabra, y para ser oída de vos en sus oraciones? ¿Vos habías de desechar las lágrimas de la que no os pedía oro y plata, u otra cosa frágil y caduca, sino la salvación del alma de su hijo? Esto es de San Agustín.

Pero no se contentó Santa Mónica con las opciones y penitencias que continuamente hacia por su hijo, sino que se determinó de venir a buscarle a Italia, y pasó el mar con grande confianza y seguridad, animando a los otros pasajeros y marineros, que estaban atemorizados por la tormenta que les sobrevino, y halló a su hijo en Milán, adonde había sido enviado de Roma para enseñar la retórica; y con la comunicación y sermones de San Ambrosio estaba más blando y no tan pertinaz como solía. Aquí en Milán tuvo mucha familiaridad con el Santo, que a la sazón era obispo de ella; y le amaba y respetaba como a un ángel del cielo, así por sus admirables virtudes, como porque esperaba que por su medio su hijo se había de convertir y salir de aquel abismo de errores en que estaba, como después sucedió. San Ambrosio estimaba y alababa a Santa Mónica, como a tan gran sierva del Señor, y quería bien a San Agustín , no tanto por su gran ingenio, como por ser hijo de tal madre , la cual vivía de oración , y era la primera que entraba en el templo y la postrera que salía de él, y la mas fervorosa en las vigilias que en aquel tiempo se hacían en Milán con gran devoción de los católicos, contra la violencia y furor de Justina, madre del emperador Valentiniano el Mozo.
Esta emperatriz era hereje arriana, y por favorecer y establecer su mala secta, perseguía a San Ambrosio, que se le oponía, y a los otros católicos que le contradecían; mas San Ambrosio, por animar a su pueblo y alegrarle con alguna consolación y alivio espiritual, para que no desmayasen por la fuerza y violencia de la persecución de la emperatriz, que era terrible, instituyó que se cantasen los himnos y salmos, como se usaba en la Iglesia oriental, y después siguieron esta misma costumbre las otras Iglesias; de suerte que no tiene fundamento lo que algunos escriben, que San Ambrosio, por aviso de Santa Mónica, quitó las vigilias eclesiásticas, porque se usaba mal de ellas; porque antes en su tiempo se frecuentaron y celebraron con mayor fervor por la ocasión que habemos dicho, como se saca del mismo San Ambrosio y de San Agustín, y doctamente lo notó el cardenal Baronio. Finalmente, con el trato y familiaridad que tuvo Agustino con San Ambrosio, se convirtió y bautizo en Milán a los treinta y cuatro años de edad , y fue después tan gran Santo y uno de los más firmes pilares de la Iglesia católica, haciéndole Dios nuestro Señor a él, y a nosotros en él, tan gran merced por las oraciones y lagrimas de su bendita madre Santa Mónica; y por esta causa celebra la Santa Iglesia la conversión de San Agustín a los 5 de mayo, en el cual día se bautizo; y no hace esto por la conversión de ningún otro Santo, sino por la de San Pablo.
Volviendo, pues, Santa Mónica muy consolada y alegre con su hijo San Agustín para África, y habiendo llegado a la ciudad de Ostia, que esta como cuatro leguas de Roma, aguardando embarcación y tiempo para navegar, fue nuestro Señor servido que muriese allí. Había estado poco antes con su mismo hijo San Agustín, hablando a solas dulcísima y altísimamente del menosprecio de todas las cosas visibles, del amor y deseo de las celestiales y eternas, y dichole que ya no tenía para qué vivir, pues Dios nuestro Señor le había cumplido su deseo de verle cristiano y siervo suyo, y que allí moriría, y que enterrasen su cuerpo donde quisiesen: pues para Dios nuestro Señor ninguna cosa esta lejos, y que en cualquiera lugar que estuviese conocería su cuerpo y le podría resucitar; que una sola cosa les rogaba, que dijesen misas por ella y se acordasen de su alma en el altar del Señor; y a los nueve días de su enfermedad pasó la bienaventurada Santa Mónica a la vida perdurable, siendo de cincuenta y seis años. Quedó el Santo hijo lastimado por la pérdida de tan Santa madre, y enterró su cuerpo en la iglesia de Santa Aurea, en la misma ciudad de Ostia: de la cual, en el año trece del pontificado del papa Martino V, fue trasladado a Roma y colocado en la iglesia de San Agustín, a los 9 de abril.


De su madre, dice San Agustín, que fue sierva de los siervos de Dios, y que cualquiera de ellos que la conocía y trataba, se movía a alabar, honrar y amar mucho al Señor, porque conocía que moraba en el corazón de ella, como lo testificaban las buenas obras, y el fruto de su Santa conversión; y que había sido mujer de un solo marido, y pagado a sus padres lo que les debía por haberla engendrado ; gobernado su casa con gran piedad, ejercitándose continuamente en nobles obras; criado sus hijos en el temor de Dios, pariéndolos tantas veces cuantas ellos se apartaban del camino de la virtud, y tenía tan gran cuidado de todos los que iban en su compañía, como si fuera madre de todos; y así los servía como si fuera hija de cada uno. Dice mas San Agustín: que era muy pacifica y muy amiga de hacer amistades entre las personas que se tenían mala voluntad, y que le había nuestro Señor dado singular gracia para ello; porque oyendo muchas veces de la una parte y de la otra quejas y palabras de amargura, sentimiento e injuria (como comúnmente suele decirse, cuando el corazón está ciego y turbado con la pasión de la ira u odio), nunca refería cosa que hubiese oído de los unos a los otros, sino solamente lo que podía amansarlos y desenojarlos, y aprovechar para la paz y concordia que ella pretendía, procurando en todo unir los corazones desunidos y quitarles la amargura del odio con la dulzura de la Santa caridad: muy diferente de lo que hacen algunos, que no solamente refieren el mal que oyen a las personas de quienes se dice, antes le acrecientan y añaden lo que no oyeron, como lo dice y llora San Agustín: el cual con extenderse en estas y otras alabanzas de su piadosa madre, es cosa maravillosa ver con cuan dulce y tierno afecto suplica a nuestro Señor que le perdone las culpas que cometió; y a todos los siervos de Dios que leyeren lo que él escribe, que se acuerden de ella cuando estuvieren en el altar del Señor; porque, dice, aunque ella fue vivificada en Cristo, y vivido tan Santamente, no por eso se atrevía a decir que después que fue lavada con el agua del bautismo no había salido palabra de su boca contra los mandamientos de Dios: y que sin su misericordia no hay vida de hombre tan noble que no tenga mucho que temer. Celebra la Iglesia católica la fiesta de Santa Mónica el día de su muerte, que fue el 4 de mayo del año del Señor de 389.

San Cipriano y Santa Justina.

Los modos que Dios nuestro Señor tiene para salvar las almas, son muchos y maravillosos; porque de nuestros males saca bienes, de la ponzoña hace triaca, y de la muerte vida. Véase esto ser verdad en la vida y martirio de san Cipriano: el cual, siendo mago y nigromántico, armando lazos por mano de los demonios y ministros del infierno, para que cayese en pecado la gloriosa virgen santa Justina, fue preso y enlazado, y se convirtió a Cristo y después fue con ella mártir del Señor. El martirio de estos santos Cipriano y Justina, es de esta manera. Fue santa Justina de la ciudad de Antioquía su padre se llamaba Dasio, o (como Metafraste dice) Edesio, y su madre Cledonia. Eran gentiles, y también lo era su hija Justina; mas por la doctrina de un santo diácono, llamado Praíso, o Proelio, se convirtió a la fe del Señor, y por su medio, y por una revelación que tuvieron, también se convirtieron y se bautizaron sus padres. Era Justina hermosa por extremo, y de muy grandes gracias naturales, y mucho más hermosa por las virtudes, con que su alma resplandecía en los ojos del Señor, a quien tomó por esposo, y consagró su virginidad. Tuvo envidia el demonio de la santidad de Justina, y pretendió derribarla, y hacerla caer de aquella perfección en que estaba. Para esto incitó a un mancebo rico y lascivo, que se llamaba Agladio, que pusiese los ojos en Justina, y se enamorase de ella y por todos los caminos, que suele el amor ciego, procurase atraerla a su voluntad. Ningún medio bastó para vencer el propósito de la santa virgen; porque estaba fundado sobre la peña firme, y no temía las avenidas de los ríos, ni el ímpetu y braveza de las tempestades y vientos. Como Agladio vio que le salían en vano sus intentos, tomó por postrer remedio el favorecerse de los demonios que le incitaban, para alcanzar por ellos, lo que por si no podía. Había en la misma ciudad de Antioquia un grande hechicero y nigromántico, por nombre Cipriano: a este descubrió Agladio lo que pretendía de Justina, y los medios que había tomado para ablandarla, el ánimo obstinado y más duro que el diamante, que tenia; y que si no quería que de puro amor de aquella doncella él se muriese, le socorriese con sus artes poderosas y sobrehumanas; porque él se lo pagaría liberalmente, y quedaría su perpetuo esclavo. Tomó Cipriano a su cargo el vencer a Justina, y atraerla a la voluntad de Agladio. Convocó los demonios: mandóles lo que habían de hacer, fueron una, dos, y tres veces a la santa: asaltándola y combatiéndola, transfigurándose en mil formas y figuras; y después de haber usado contra ella todas sus artes y embustes, quedaron vencidos y corridos: porque la santa doncella, favorecida de su dulce esposo Jesucristo, y armada de oración y ayuno, y especialmente de la señal de la santa cruz, triunfó de ellos gloriosamente. Quedó Cipriano asombrado, por ver que sus artes tenían tan poca fuerza, y que los mismos demonios confesaban su flaqueza, y que no podían prevalecer contra Justina, por ser cristiana, y estar armada con la virtud y poder de Cristo crucificado. De aquí entendió Cipriano que Jesucristo nuestro Salvador era Dios, y más poderoso que todos los demonios, a quienes él tanto reverenciaba; y encendiéndose la luz del cielo en su corazón, determinó hacerse cristiano. Vino a Antimo, obispo, y le descubrió lo que pasaba; y en efecto, quemando sus libros nigrománticos, y renunciando al demonio, y a sus malas artes, se bautizó, y después fue ordenado de diácono, y resplandeció con gran santidad, y muchos milagros que por él obró el Señor. Y porque él le había hecho tan grandes mercedes por medio de la santa virgen Justina, tuvo siempre gran cuenta de ayudarla, y de llevar adelante sus santos propósitos, siendo ella abadesa y madre de un monasterio de doncellas, que con gran pureza servían al Señor. Floreciendo, pues, los santos de la manera que hemos referido, un conde, llamado Eutolmio, los mandó prender, y atormentar a Cipriano, y rasgarle los costados con uñas aceradas, y a Justina, después de haberla dado muchas bofetadas, azotar con crudos nervios. Después pusieron a Cipriano en la cárcel, y a Justina en casa do una mujer honrada. De allí a pocos días, traídos a su presencia, viendo la constancia y perseverancia que tenían en la fe, los mandó echar en una caldera grande, encendida, y llenado pez, sebo y resina. Entraron los santos mártires en la caldera, y salieron sin lesión alguna, por virtud de aquel Señor, a quien obedecen todas sus criaturas: y un sacerdote de los gentiles, llamado Atanasio, fue quemado del fuego que había perdonado a los santos. De allí fueron llevados a Nicomedia: y después de haber padecido otros tormentos con grande ánimo y alegría , los degollaron, y dejaron seis días sus cuerpos sin sepultura , para que las fieras los comiesen; mas quedaron enteros, guardándolos Dios. Ciertos cristianos una noche los tomaron y pusieron en un navío, y los pasaron a Roma, en donde primero fueron sepultados en una heredad de Rufina, noble matrona, y después trasladados a la iglesia de San Juan de Letrán, donde al presente están junto al baptisterio. Celebra la Iglesia la fiesta de estos dos santos a los 26 de setiembre, que fue el día de su martirio, imperando Diocleciano y Maximiano.
Escribieron de estos santos los Martirologios, romano, el de Reda, Usuardo, Adon, y Metafraste. Hay que advertir que algunos autores griegos confunden este santo Cipriano con san Cipriano , que fue obispo de Cartago, e ilustrísimo mártir, y elocuentísimo escritor, cuya fiesta celebra la Iglesia a los 16 de este mes de setiembre; pero ellos fueron dos, y no uno, y diferentes en la patria, grado, profesión, tiempo y lugar del martirio.

San Pascual Bailón

Pascual, nombrado Bailón, nació en el año de 1540 en Torre Hermosa, que es una villa del reino de Aragón. Sus padres ganaban el sustento trabajando la tierra, y eran tan miserables que no tuvieron aun posibilidad para hacer enseñar a leer a este hijo suyo: pero él niño Pascual tenía tan extraordinaria inclinación al estudio, que cuando iba al campo llevaba consigo un libro, y pedía a todos los que encontraba le enseñasen a leer; y con aquello poco que le iban enseñando, ahora el uno, ahora el otro, en breve tiempo llegó a saber leer. De esta habilidad se sirvió para leer libros devotos, que le pudiesen ayudar a aprender las obligaciones de un cristiano, y halló tal gusto en leer estos libros, que empleaba en su lectura todo el tiempo que podía, no haciendo caso de juegos ni de otras diversiones, y por este medio le inspiró el Señor tan grande amor a las verdades del santo Evangelio, que no cuidaba de cosa alguna de este mundo, entendiendo solo a agradar y servir a Dios nuestro Señor.
Cuando fue algo mas crecido y apto para servir, entró en casa de un labrador que le destinó a guardar su ganado en calidad de ayudante del mayoral: contentísimo de la vida inocente que llevaba, procuró tener su mente siempre fija en Dios, excitándose a considerar y adorar su omnipotencia e infinita sabiduría, mirando las yerbas y plantas y las otras producciones del campo, y atribuyendo siempre la fecundidad de la tierra a la inefable bondad de Dios, de quien todo depende, mas presto que a las causas segundas. En una palabra, en todas las cosas miraba con los ojos de la fe a Dios creador y conservador de las mismas; y de este modo lo que a los otros les sirve de distracción y disipación de espíritu, era para Pascual un estímulo para tener el espíritu más recogido y unido con el Señor. De aquí es, que ningún caso hacia de los bienes de este mundo, que los hombres tanto aman y desean, aspirando solo con todo su afecto a los bienes del cielo. En efecto, queriendo su amo (que era un hombre muy rico) adoptarle por hijo y hacerle heredero de todos sus bienes, Pascual le dio muchas gracias de la buena voluntad y amor que le mostraba, pero le rogó le dejase en su estado, pobre a la verdad y humilde, pero más conforme a Jesucristo, su supremo Señor, el cual no había venido al mundo para ser servido sino para servir.
Pero por más que Pascual amo su oficio de pastor, encontró en él algunas dificultades que le hicieron tomar la resolución de abandonarle. Una de ellas fue, que guardando un rebaño de cabras, por mas diligencias que hiciese no podía impedir que alguna vez no se le escapasen a pacer en las dehesas y campos de otros dueños: esto le daba muchísima pena, porque se creía obligado a reparar todo el daño que causaba el ganado, aun cuando no lo podía impedir, de modo que por escrúpulo de conciencia no quiso jamás guardar cabras. Pero en guardar otro ganado encontró también otras dificultades, porque como
aquellos con quienes había tal vez de vivir, estaban muy lejos de tener su virtud y piedad, blasfemaban y maldecían, reñían entre sí, y llegaban frecuentemente a las manos: Pascual los reprendía a veces con caridad y procuraba ponerlos en paz; pero las más veces no sacaba otro fruto de su caridad que ser maltratado de los mismos que procuraba sosegar y pacificar, los cuales se volvían contra él. Por lo que, viendo que el mundo estaba lleno de vicios, resolvió abandonarle enteramente y retirarse a alguna religión, donde con mayor seguridad pudiese trabajar para su eterna salvación.
Comunicó el santo en confianza este pensamiento a algunos amigos suyos, los cuales le propusieron para el proyectado retiro, un convento que tenía buenas rentas, donde podría gozar (le decían) de toda su comodidad: mas esto solo bastó para que Pascual lo desechase: «He nacido pobre (respondió), y quiero vivir y morir pobre y penitente: se encomendó, pues, con mucho fervor a Dios nuestro Señor, para que le hiciese conocer su santa voluntad; y poco después, no teniendo más que veinte años, dejó el amo y la patria y pasó al reino de Valencia, donde se presentó a un convento de religioso de san Francisco, de la reforma de san Pedro de Alcántara. Este convento se llamaba de nuestra Señora de Loreto y estaba cerca de la villa de Monforté. Quedó Pascual muy edificado de la caridad con que fue recibido y tratado en aquel convento; pero, o fuese por timidez, o por discreción, queriendo tomarse más tiempo para deliberar en tal asunto, no osó pedir el hábito; por lo que se acomodó con algunos vecinos de aquellos lugares para sacar al campo su ganado. Bien presto fue conocida y admirada su piedad, por lo que comúnmente le llamaban el pastor santo; más él lleno de temor por un título de tanta honra, y queriendo vivir para su mayor seguridad desconocido de los hombres, pidió a los padres de aquel convento le recibiesen en calidad de fraile.
Ellos le recibieron con mucho gusto, de modo que querían admitirle por religioso de coro; mas él jamás quiso consentir a este honor y fue preciso ceder a su humildad. Entró en el noviciado el año 1561, y empezó a vivir de modo que hizo conocer a todos el sublime grado de santidad a que había de llegar. Observaba la regla de san Francisco con una increíble exactitud, haciendo caso de todas las cosas que en ella se prescriben, aunque fueran muy mínimas, y procurando revestirse todo lo posible del espíritu de su santo fundador. Jamás se oía que hablase mal, ni que se quejase de ninguno: sus asperezas eran mucho mayores de las que están ordenadas en la regla; porque todo su alimento consistía en pan y agua, y a lo más en algunas yerbas.
Llevaba continuamente un cilicio de cerdas de puerco con una pesada cadena de hierro que se ceñía sobre sus desnudas carnes, a más de otras dos espuelas de caballo que traía, la una sobre su pecho y la otra sobre sus espaldas debajo del cilicio. Dormía sobre la desnuda tierra o bien sobre unas tablas, y a veces ni menos se echaba, sino que sentado o reclinado en alguna. postura incómoda, tomaba el descanso que le era necesario, el cual jamás excedía de tres horas. Frecuentemente pasaba las noches enteras en una pequeña celda que no tenía ni puerta ni techo; trabajaba en el huerto siempre con la cabeza descubierta, aun en los más fuertes calores: jamás usaba de alpargatas, sino que caminaba con los pies desnudos, así en el invierno como en el verano; y en cualquier país en que se encontraba, o fuese frió o caluroso, no usaba de más vestidos que de una sola túnica que era las más vil y remendada del convento. Este tenor de vida mantuvo siempre en todos los conventos a donde lo enviaron sus superiores, conservando en todas partes el mismo espíritu de mortificación, de humildad y de obediencia, viviendo siempre contento de su estado y buscando solamente en todos los conventos los oficios más bajos y mas trabajosos, porque deseaba ser tenido y tratado como siervo de todos.
Aunque sus cotidianas mortificaciones fuesen tan extraordinarias y superiores a las fuerzas humanas, todavía en las fiestas, particularmente de los mártires, las duplicaba, azotándose rigurosamente hasta quedar todo cubierto de sangre, para hacerse de este modo semejante a aquel santo, cuya memoria y fiesta se celebraba; y rogaba continuamente a Dios nuestro Señor, quisiese aceptar aquellas mortificaciones en vez del martirio que deseaba ardientemente padecer por su amor: y si bien el Señor no le hizo la gracia de cumplirle plenamente este su santo deseo, le presentó sin embargo una ocasión en odio de la católica religión, que le faltó poco para conseguir la palma del martirio.
Se hallaba en aquel tiempo el general de la religión de san Francisco en la ciudad de París, y como el reino de Francia estaba entonces lleno de hugonotes que no daban cuartel a ningún religioso que llegase a sus manos; enviar uno de ellos para que se presentase a su general, era lo mismo que exponerle a un riesgo inminente de perder la vida a manos de los herejes, como en efecto acaeció a muchos. El provincial de Valencia tenía una precisa necesidad de enviar una persona con carta suya a su general para un asunto de suma importancia; pero nadie quería tomar sobre sí este encargo y exponerse a este peligro; por lo que puso el provincial los ojos sobre nuestro Pascual, del cual se sabía ya por experiencia cuán pronta y ciega era su obediencia. En efecto, él aceptó esta comisión con mucho júbilo y contento, y sin proponer ningún reparo, se puso luego en camino con los pies desnudos, y sin tomar provisión alguna para un viaje tan largo y difícil.
Así que llegó al reino de Francia, atravesando intrépidamente en medio del día las ciudades en que dominaban los hugonotes, padeció de ellos muchos y gravísimos insultos. Frecuentemente gritaban tras él:   ¡Oh aquí el papista, Oh aquí el papista! y muchas veces le seguían a pedradas; la gente vulgar de la ínfima plebe se unía a los muchachos y los incitaba a cargarlo de villanías, y alguna vez de palos; de los cuales en una ocasión le quedó una espalda tan maltratada, que quedó estropeado de ella todo el resto de su vida. Hallándose en la ciudad de Orleans, fue cercado de una tropa de gente que le preguntó; ¿si creía que en la Eucaristía estaba verdaderamente el cuerpo de Jesucristo? a lo que respondió Pascual con toda resolución: que lo creía, y que esto era indubitable. Algunos probaron si podrían enredarle, haciéndole varias preguntas de cosas abstractas y sutiles; pero Dios que había prometido a los apóstoles que hablaría él mismo por su boca en semejantes ocasiones, inspiró a Pascual respuestas tan juiciosas y cuerdas, y tan llenas de sabiduría, que los mismos que le hacían aquellas preguntas quedaron confundidos y avergonzados, y no sabiendo como replicar a sus respuestas, empezaron a tirarle piedras, de las cuales quedó herido en varias partes de su cuerpo.
Habiendo escapado de este peligro, cayó en otro: porque pasando por delante de la puerta de un castillo, se paró allí a pedir de limosna un pedazo de pan, como lo solía hacer cuando la hambre le apretaba. El señor de aquel lugar, que era hugonote y enemigo jurado de los católicos, estando entonces en la mesa, oyó decir que a la puerta estaba un fraile muy mal vestido que pedía limosna. Mandó que le hiciesen entrar, y considerando aquel hábito roto y su cara macilenta, juró que era un espía español, y sin duda lo habría hecho morir si su mujer, movida a la compasión del santo, no le hubiera librado de sus manos, sin darle empero un solo bocado de pan. Prosiguió Pascual su viaje, así débil y extenuado de la hambre, hasta que entrando en una villa, una buena mujer católica le alentó, dándole un poco de comer; pero aquí quedó expuesto aún nuevo riesgo de perder la vida: porque el vulgo, incitado de la curiosidad de ver aquel su hábito, le rodeó por todas partes en crecido número, y uno de ellos le echó la mano y lo encerró dentro de una caballeriza. El santo, hallándose en aquel estado, no pensó en otra cosa aquella noche que en prepararse para la muerte que creía había de sufrir al día siguiente: pero acaeció muy al contrario; porque el mismo que le había encerrado, vino a la mañana a verle, le dio una limosna y le puso en libertad. De este modo en medio de mil peligros llegó el santo a París, y habiendo cumplido su comisión dio prontamente la vuelta para España. En este regreso, viéndose el santo libre y que no llevaba encargo o comisión alguna, deseaba derramar su sangre en defensa de la fe católica; y en efecto tuvo varios encuentros, y se halló en diversos peligros de perder la vida; pero Dios le preservó y le protegió para que escapase de todos. Por lo que el santo después se condolía que le hubiese estimado indigno del martirio: pero si no fue mártir de la fe, lo fue ciertamente de la obediencia, por la cual en un tan largo camino había expuesto continuamente la vida al riesgo de perderla.
Después que Pascual se hubo restituido a su convento de España, volvió a tomar desde luego sus acostumbrados empleos, y continuó en vivir con el mismo espíritu de humillación, de pobreza y de penitencia; dando a sus hermanos admirables ejemplos de abstinencia, de mortificación y de paciencia. Un cúmulo de tantas virtudes, junto con los dones de profeta, de contemplación, de discreción de espíritu, de penetración de los corazones y de hacer milagros, con que el Señor había enriquecido a este su fiel siervo, le conciliaron de tal modo la estimación y la veneración de todos, y particularmente de sus religiosos, que los mismos superiores no hallaban reparo en aconsejarse con él en los negocios más difíciles, y en encargarle el gobierno del convento cuando estaban ausentes; habiendo comprobado por la experiencia cuán alumbrado estaba de Dios, y cuánta era la eficacia de sus santos ejemplos para contener a los demás, y hacerles observar la regla que habían profesado. En los últimos años de su vida pasaba casi todas las noches en la iglesia: sobre todo tenía una tiernísima devoción a la pasión de Jesucristo, y esta era la materia ordinaria de su oración y contemplación: de ella sacaba siempre nuevo esfuerzo para mortificarse y humillarse, y buscar siempre el padecer, a fin de imitar los ejemplos de su divino Salvador, humillado, paciente y muerto sobre una cruz por su amor. También era grande la devoción que tenia a la Virgen santísima, a la cual pedía continuamente le alcanzase la gracia de vivir lejos de cualquier pecado, hasta el fin de su peregrinación.
Murió Pascual lleno de méritos en Villareal, siete leguas distantes de Valencia, a 17 de mayo de 1592, a los cincuenta y dos años de edad, de los cuales había pasado veinte y ocho en la religión de san Francisco. Su cuerpo quedó tres días expuesto en la iglesia para satisfacer la devoción del pueblo que fue testigo de un gran número de milagros que Dios obró en aquella ocasión por intercesión de su siervo: entre los cuales fue muy admirable el de que al elevar el sacerdote la sagrada Hostia en el oficio solemne que se le cantó, dos veces abrió y cerró sus ojos.
La santidad de Paulo V  le puso en el catálogo de los beatos, y la santidad de Alejandro VIII le canonizó solemnemente.
Entre los muchos milagros con que Dios nuestro Señor manifestó la santidad de su siervo, aprobó la silla apostólica los siguientes.
El primero el de la incorrupción de su cuerpo; pues aunque cuando le dieron sepultura echaron sobre él mucha cantidad de cal, con todo permaneció sin la menor corrupción, exhalando además un olor suavísimo, que la misma santa sede declaró ser también milagroso.
Otro milagro estupendo obró Dios nuestro Señor por intercesión de San Pascual, aprobado por la santa sede: porque padeciendo cierto lugar mucha falla de agua , un labrador llamado Domingo Pérez, implorando el auxilio del santo, buscó agua en un paraje muy seco, y el primer golpe que dio con su azadón salió una fuente de agua dulce, que mana continuamente, y que jamás crece ni se disminuye; con lo que se remedió la pública necesidad del lugar, que tuvo bastante agua no solo para sus habitantes, sino también para todos sus ganados.

San Longinos

El martirio del glorioso soldado Longinos, escribe Simeón Metafraste, fue de esta manera.
Fue Longinos judío y centurión, o capitán de cien soldados, cuando Cristo Nuestro Salvador fue condenado a muerte de cruz, y uno de los soldados, que asistían a la ejecución de aquella impía y detestable sentencia: el cual habiendo visto la paciencia y constancia con que Cristo nuestro Señor había padecido los tormentos y afrentas de su pasión, y que a la hora de expirar había alzado la voz con gran clamor, encomendando su espíritu al Padre Eterno, y que el cielo se obscureció, y la tierra tembló, las piedras se hicieron pedazos, y todo el mundo se vistió de luto por la muerte de su Señor; alumbrado con la luz del cielo, conoció que aquel hombre, que allí moría, era más que hombre, y verdadero Hijo de Dios, y por tal le confesó. Después que fue sepultado el cuerpo del Salvador, mandaron a Longinos que le guardase con sus soldados: y habiendo al tercer día resucitado el Señor, de la manera, que se dice en el sagrado Evangelio, los soldados quedaron asombrados, y Longinos mas confirmado, y dio cuenta al sumo sacerdote, y a los escribas y fariseos de las maravillas, que Dios había obrado, y él y sus soldados habían visto en la gloriosa resurrección de Cristo.

Tuvieron de esto grandísimo enojo y pena los sacerdotes, y para obscurecer la gloria de Cristo procuraron con dones y promesas pervertir a Longinos, y persuadirle, que publicase que estando durmiendo sus soldados, los discípulos de Cristo habían venido de noche al sepulcro, y hurtado su sagrado cuerpo: mas el santo soldado, como estaba ya trocado y lleno de divina luz, nunca quiso consentir en la mentira, sino pregonar la verdad, y ser testigo fiel de la resurrección del Señor. Vista su constancia, determinaron los escribas y fariseos vengarse de él: y él, sabiendo su mala intención, y lo que urdían, dejando el oficio de soldado, y comprando alguna hacienda, partió de Jerusalén para Capadocia, acompañado de dos soldados suyos, y allí comenzó a predicar lo que había visto, y con sus palabras y obras convirtió muchos a la fe de Cristo. Era extraño el fruto, que Longinos hacia, y grande el número, de los que despedían las tinieblas de su antigua ignorancia abrían los ojos a los rayos de la divina luz; y crecía y florecía la fe de Cristo, con grande ignominia de los que le habían crucificado, los cuales, perseverando en su ceguedad, y no pudiendo llevar en paciencia, que Longinos su capitán, se hiciese pregonero de Cristo, procuraron con grande fuerza, que fuese condenado a muerte, como rebelde y traidor, y que el presidente Pilatos enviase soldados a Capadocia para que le prendiesen y matasen. Fueron los soldados armados de impiedad y furor, y quiso nuestro Señor, que topasen con él sin conocerle: y familiarmente, y en secreto le dijeron, a lo que venían; y el santo muy alegre y gozoso los recibió en su casa, y los regaló y festejó, y les dijo, que se sosegasen; porque él les daría a Longinos en manos: y envió a llamar aquellos dos soldados, que habían venido con él de Jerusalén, y estaban en otra estancia , para que fuesen particioneros de la misma corona del martirio, que él deseaba y esperaba: y entretanto que venían, acariciaba y regalaba en gran manera a los soldados que tenía en su casa, y habían venido para darle la muerte. Llegaron los dos soldados de Longinos; y dijo a los otros: Yo soy Longinos a quien buscáis: vedme aquí, dadme la muerte, y pagadme con ella el servicio que os he hecho estos días en mi casa; que yo la tendré por singular beneficio. Se asombraron los soldados, cuando esto oyeron, y no podían creer que aquel fuese, el que ellos buscaban , por ver el regocijo y júbilo que mostraba, y con que hablaba de su muerte: pero cuando se certificaron, que era él mismo, pareciéndoles, que era grande descomedimiento, e ingratitud maltratar a quien tan bien les había tratado, y dar la muerte al que los había hospedado, y regalado con tan rara humildad y cortesía; le dijeron , que antes perderían ellos la vida, que quitársela a él: y en efecto fue necesario que él los animase, y les diese a entender, que el mayor bien, que en esta vida le podían hacer, era enviarle a reinar con Cristo; y mandó a un criado suyo, que le trajese un vestido blanco, y de fiesta , para celebrar las bodas celestiales aquel día: y animando a sus soldados, y abrazándose con ellos, se hincó de rodillas, mostrando con la mano el lugar, donde quería ser enterrado, y allí le degollaron, y con él a sus dos santos compañeros. Tomaron su cabeza los sayones, que se la habían cortado, y la llevaron a Pilatos; el cual, por dar contento a los dirigentes judíos, la mandó poner en la puerta de la ciudad. Arrojándola después en un muladar, y la guardo Dios de todo mal olor y corrupción: y para honrar mas al santo soldado, que había derramado la sangre por su amor, hizo muchos milagros por ella, entre los cuales se cuenta, que una mujer viuda, pobre, y ciega, que tenía un solo hijo, que la guiaba, determinó ir a Jerusalén, para suplicar a nuestro Señor, que la sanase y la librase de las calamidades que padecía. Apenas había entrado en la ciudad, cuando se le murió el hijo, y quedó del todo desamparada, y en perpetuo llanto; mas estando durmiendo, se le apareció San Longinos, como quien la consolaba, y declaraba lo mucho que Cristo había padecido por nuestros pecados, y que él había peleado por él, y con su gracia vencido, y sido coronado de corona de martirio: y le mandó, que buscase su cabeza, que estaba cubierta de estiércol y basura; porque tocándola, cobraría la vista de los ojos: y más le dijo, que él le traería a su hijo para que le viese, y alegraría y serenaría su corazón. Como lo dijo el santo, así lo hizo; porque la mujer, animada con la visión, que había tenido, se fue al lugar, que el santo le había señalado, y sacó la sagrada cabeza del muladar, en que estaba arrojada; y luego cobró la vista del cuerpo, y mucho mas la del alma: y la noche siguiente le apareció Longinos, que le traía a su hijo vestido de una maravillosa y celestial claridad, y le dijo: Mira, que no llores, ni pienses, que son desdichados y miserables, los que están coronados de gloria, y perpetuamente alaban y glorifican al Señor. Toma mi cabeza, y entiérrala con el cuerpo de tu hijo en una misma arca, y alaba al Señor en sus santos; porque esta es su voluntad: y dichas estas palabras, desapareció aquella visión; y la buena mujer, tomando la sagrada cabeza con gran reverencia, y el cuerpo de su hijo, la colocó honoríficamente en una aldea, que se llama Sandial, y era el lugar, donde Longinos había nacido. De San Longinos hacen mención el Martirologio romano.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Santa Marina

La gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores latinos llaman Marina, fue natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija de un famoso sacerdote de los dioses llamado Edisio. Fue hija única de sus padres: y habiéndosele muerto la madre, siendo niña, fue dada a criar a una buena mujer, a quince millas de la ciudad. Allí se crió con la leche de la fe cristiana y de santas costumbres, y cuanto más iba creciendo en edad, tanto más crecía en virtud, recogimiento, honestidad y hermosura, resplandeciendo su purísima alma en el cuerpo sobre manera. Se enternecía mucho cuando oía decir los tormentos exquisitos y desmedidos, con que los santos mártires eran despedazados y muertos, y la constancia y fortaleza con que los padecían, queriendo antes perder mil veces la vida que la fe de su Señor, y le venía  gran deseo de imitarlos y de padecer por Cristo, lo que ellos padecían. Mas su padre, como fuese idólatra y sacerdote de los falsos dioses, aborrecía a su hija, y la maltrataba  por verla tan asida abrazada con Jesucristo, y tan contraria a sus intentos. Aconteció que estando la santa virgen un día en el campo, y pasando por allí Olibrio, presidente de Oriento, con mucho acompañamiento, la vio, y maravillado de su extremada belleza, se enamoró de ella y determinó tomarla por mujer: pero como después entendiese que era cristiana, y no pudiese ablandaría con regalos, ni espantarla con fieros, ni atraerla a su voluntad con maña ni fuerza; trocando todo el amor en odio, y la ternura en furor, quiso vengarse de ella con tormentos. Le mandó tender en el suelo y azotar cruelísimamente, y con tanta fuerza, que de su delicado y despedazado cuerpo salían arroyos de sangre: y el pueblo que estaba presente, de pura lastima derramaba muchas lágrimas. Más la santa doncella estaba tan fija y absorta en el amor de su dulcísimo esposo, que parecía que no sentía sus penas, más que si no fuera ella quien las padecía. Le mandó el fiero presidente desgarrar con uñas de hierro, y con clavos enclavada, atormentarla tan despiadadamente, que el mismo presidente cubría sus ojos por no verla. De allí la llevaron de nuevo a la cárcel: la cual , orando la santa con gran devoción, y suplicando al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin , de repente tembló ; y el demonio, tomando forma de un dragón terrible y espantoso , se le apareció , y con silbidos y un olor intolerable se llegó a ella, como que la quería tragar ; más la santa con gran seguridad y firmeza , haciendo la señal do la cruz , lo hizo allí reventar : y luego en aquel oscuro calabozo resplandeció una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo : Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido a tus enemigos: al tirano dejas corrido, y al demonio espantado. No pierdas tu constancia en lo que te queda de padecer, que presto tendrán fin tus tormentos y comenzara tu gloría. Con esta voz se consoló mucho la santa doncella, y  luego sana de sus heridas, dio por ello gracias a Dios. Al día siguiente la mandó el juez parecer delante de sí, y viéndola tan sana y tan entera como si no hubiera padecido cosa alguna, admirándose de ello la mandó desnudar, y con hachas encendidas abrasar los pechos y costados. Hacia la santa oración a Dios en tanto que duraba este tormento; y con el refresco y favor del cielo, le sufrió con gran paciencia y alegría. Después mandó traer una gran tina de agua, y echarla en ella atada para que se ahogase: mas echándola en el agua, se sintió un gran terremoto, y bajó una claridad grandísima, y en medio de ella una paloma que se sentó sobro la cabeza de la santa, y luego se desataron las ataduras en que estaba atada, y santa Margarita sin lesión alguna salió del agua, y la paloma y claridad se desapareció. Por este milagro se convirtieron muchos de los que allí estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad y los mandó matar: y lo mismo quiso que se ejecutase contra santa Margarita, dando sentencia que fuese degollada. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en la mano para ejecutar esta cruel sentencia, la santa virgen con afectuoso corazón, y piadosas y abundantes lágrimas, levantó los ojos al cielo y suplicó al Señor, que pues le había dado esfuerzo para vencer tantos tormentos, y morir por la confesión de la fe (por lo cual ella le hacía infinitas gracias), usase de misericordia con todos los que puestos en algún trabajo lo pidiesen favor y por su intercesión invocasen su santo nombre. A esta oración tembló de nuevo la tierra, y muchos de los que estaban presentes, despavoridos cayeron en el suelo, y el mismo verdugo se desmayó y cayó: y el Señor rodeado de ángeles le apareció, y lo dijo que había oído su oración y que lo otorgaba todo lo que había pedido; y con esto animando ella misiva al verdugo que estaba desatinado y temblando, fue degollada, y recibió de mano de su amorosísimo y celestial esposo, la corona doblada de su virginidad y martirio. Celébrale la Iglesia a los 20 de julio, y fue cerca do los años del Señor de 300, imperando Diocleciano. Escribió su vida Metafraste, y de ella hacen mención el Martirologio romano y los griegos en su Menologio.

sábado, 20 de septiembre de 2014

San Onofre


San Onofre (cuyo nombre significa "el que siempre esta feliz") fue un ermitaño que vivió en el siglo V, y paso 60 años de su vida en el desierto como un anacoreta.

Se lo representa como como un anciano de cubierto solo de abundantes cabellos, con un cáliz y un ángel encargado de darle la sagrada comunión, o junto a una calavera y un camello.
Según la leyenda, él era el hijo de un rey, cuyo nacimiento fue muy deseado, pero que recién nacido fue indicado, por un demonio, como el fruto de una relación adúltera de la Reina, y por lo tanto debía ser sometido a una "prueba de fuego", de la que saldría indemne, siendo así probado desde su más tierna infancia.

Se aísla a sí mismo, llevando una vida de ermitaño desde muy joven. Finalmente, pasados muchos años, es encontrado por el monje Pafnucio, quien relata su vida, que se expone a continuación:


  • La variedad de santos, que Dios tiene en su Iglesia, es admirable, y un argumento eficacísimo de su soberano e infinito poder, y con ella está más adornada y enriquecida la Iglesia, que esta máquina del mundo con tanta multitud de criaturas, tan hermosas, y tan diferentes y diversas entre sí. Tiene patriarcas excelentes en la fe, profetas alumbrados con la luz del cielo, apóstoles abrasados de caridad, mártires esforzados y triunfadores de los tormentos y muertes, doctores, que como ríos caudalosos de la sabiduría, regaron y fertilizaron la tierra, vírgenes y doncellas purísimas, que en la carne flaca vivieren como ángeles, y santos confesores, que con su penitencia y humildad nos enseñaron el camino de la vida eterna. Pero entre todas las vidas de los santos algunas hay de ermitaños, y perfectísimos anacoretas, los cuales moraron muchos años en los desiertos, y siendo hombres, como nosotros, vivieron tan apartados de los hombres, y teniendo cuerpo tan sin cuerpo, que cierto puede grande admiración, y suspende nuestros entendimientos, considerando lo que puede nuestra frágil carne, confortada con el favor de aquel Señor, que escoge y se sirve de las cosas flacas, por mostrar más poder. 
  • Tal es la vida de San Onofre, ermitaño, la cual escribió un santo monje, llamado Pafnucio. Estando el santo Pafnucio en el yermo, inspirado del Señor, le vino gana de entrarse más adentro por aquellos desiertos, para conocer y tratar los varones santos que había en ellos: y después de haber caminado algunos días y vencido grandes dificultades de cansancio, hambre y sed, y hallando en una cueva un santo muerto y a otro lloroso y penitente; finalmente vio venir de lejos un hombre desnudo, cubierto de cerdas, al modo de una espantosa fiera, y ceñido con una cinta hecha de hojas de árboles. Se asombró Pafnucio, y viendo que venía para él, despavorido y temblando, huyo y se subió a un monte; y el hombre desnudo le siguió hasta la falda del monte, y se dejó caer en tierra a una sombra, y alzando como pudo la voz le comenzó a hablar de esta manera: Varón santo, desciende, que hombre soy mortal que vivo en este desierto. Oyendo estas palabras, bajo Pafnucio y se echó a sus pies, y él lo hizo levantar y sentar junto a sí. Pregúntale por su nombre Pafnucio, y el respondió que se llamaba Onofre, y que hacía sesenta años que vivía en aquella soledad, y que en todo este tiempo nunca había visto otro hombre sino a él; porque siendo mozo y monje en el monasterio llamado Érico, en Tebas (donde habitaban cien monjes, grandes siervos de Dios y muy unidos en la fe misma y caridad), y habiendo oído decir de la vida que hizo el profeta Elías y San Juan Bautista en el desierto, y que era cosa más perfecta vivir en soledad, apartado de los hombres y pendiente de sola la providencia de Dios, que no en la comunidad donde hay tantas ayudas y socorros; se determinó a seguir lo que le decían que era más perfecto, y tomando algunos pocos panes que le podían bastar para cuatro días, salió del monasterio y entro en el desierto, y vio una luz que iba delante de él guiándole, que quedo algo turbado, no sabiendo lo que era ni lo que haría; y que estando en esto, había oído una voz que le dijo, que no temiese, porque era el ángel de su guarda que venía a guiarle en aquella jornada, la cual era muy agradable a Dios nuestro Señor. 
  • Dijo más: que animado con aquella voz y con tan buena compañía, camino por aquella soledad, como siete millas, hasta que llego a una cueva: y queriendo saber si vivía allí algún solitario, llamo a la puerta, pidiendo que le bendijese el que estaba dentro, y que había salido de ella un venerable viejo en traje de ermitaño, con un rostro de mucha gracia y gravedad, y que cuando le vio se derribó a sus pies haciéndole la debida reverencia; más que el santo viejo le levanto de la mano diciéndole: Tú eres Onofre mi huésped e imitador: entra hijo, y persevera en lo que has comenzado, que Dios te ayudara: y que había entrado en la Cueva y estado en compañía del viejo algunos días, aprendiendo de el la vida e instituto de los ermitaños; y cuando le pareció que ya estaba bien instruido, le dijo, que le quería llevar a otra cueva más apartada en que habitase solo; porque esta era la voluntad de Dios, y así le llevo más adentro del desierto cuatro días de camino, donde hallando una palma cerca de una pobre choza, le dijo, que aquel era el lugar que Dios le tenía aparejado; y que estuvo treinta años con él, y cada año se veían una vez hasta que murió, y enterró su cuerpo allí junto a la choza en que vivía. Todo esto dijo el santo viejo Onofre a Pafnucio con particular instinto del Señor para su edificación, y de otros que dé él lo oyesen, y porque sabía el fin para que Dios le había traído a aquella soledad. Admirado Pafnucio de la narración de Onofre le pregunto: si en los principios, cuando comenzó aquella vida, había padecido grandes molestias y dificultades; y él le respondió, que habían sido tantas y tan terribles, que muchas veces había pensado perecer de hambre y de sed, y de frío y de calor; pero que viendo nuestro Señor su paciencia y sus ayunos y penitencia, le había enviado después su santo ángel que le traía el sustento cotidiano y un poco agua: y que también aquella palma le daba al año doce racimos de Pafnucio estaba contentísimo se levantó el santo viejo y le dijo que se fuese con él. Le llevo a su choza o cueva donde estaba la palma, y vieron en medio de ella pan y agua. Dieron gracias a Dios y comieron siendo ya puesto el sol, y pasaron la noche en oración, apartado el uno del otro. Amaneció el día siguiente, y mirando  Pafnucio el rostro de Onofre le vio muy trocado de color y se turbo. Noto esto el santo viejo y dijo: Hermano Pafnucio no temas; porque el Señor que es misericordioso te ha enviado aquí para que entierres mi cuerpo; porque hoy acabo mi peregrinación y me voy al lugar de mi descanso. Y si fueres a Egipto da cuenta a los monjes de lo que le he dicho, y de las grandes misericordias que he recibido de Dios, en cuya bondad confió hará muchas mercedes a los que se encomendaren a él, tomándome por su intercesor, porque así lo he pedido y suplicado. Le dijo Pafnucio, que después de ser el muerto deseaba quedarse allí para vivir en aquel lugar; mas el santo viejo no vino en ello, diciéndole que no era aquella la voluntad de Dios, sino que se informase de las vidas y ejemplos de los santos que moraban por aquellos desiertos, y los narrase a los otros monjes de Egipto para edificación, y que así se volviese a su primera habitación. Se hecho Pafnucio a los pies del santo viejo Onofre y le pidió que le bendijese, y que suplicase a nuestro Señor, que como se le había dejado ver en la tierra en carne mortal, se le dejase ver inmortal en el cielo. Y después de haberle dado Onofre su bendición, se puso de rodillas e hizo oración con muchas lágrimas y gemidos, y cayó en tierra su cansado cuerpo y dio su bienaventurado espíritu con grande alegría a Dios. Se oyeron luego cantares de ángeles que alababan al Señor. Pafnucio hizo dos partes de su habito, y con la una cubrió el cuerpo desnudo de Onofre que tanto había padecido y tan buen compañero había sido de su bendita alma, y puso  en una piedra cavada a manera de cisterna y muchas piedras a la boca: y deseando quedarse allí y hacer su vida, donde San Onofre había vivido, vio que en aquel mismo punto se había caído aquella pobre casilla en que moraba el santo viejo y arrancado la palma de que comía: y así entendió que no era la voluntad de Dios que allí permaneciese. La muerte de San Onofre fue a los 12 de junio, y en este día le pone el Martirologio romano, y el martirologio de los griegos. y el libro de las vidas de los santos padres, capitulo 52; y el cardenal Bironio en las anotaciones del Martirologio hace mención de él. El tiempo que vivió, no sabemos cierto, ni quien fue este  Pafnucio a quien el santo conto su vida, y le enterró; porque ha habido diversos  Pafnucio, y algunos de ellos mártires, y un insigne monje que vivió en tiempo de San Antonio Abad, y de él hace mención San Atanasio en su vida.

Oración (típica de Italia para obtener la mediación del santo)
San Onofre peludo -peludo
todo amable y amoroso
por tus santos pelos
hazme este favor
más tarde esta noche
San Onofre peludo- peludo
mi corazón está todo confuso
por tus santos pelos
hazme este favor
más tarde esta noche
San Onofre peludo -peludo
Yo hice una oferta a los pobres
por tus santos pelos
déjame encontrar lo que he perdido
más tarde esta noche.


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